lunes, 24 de mayo de 2010

La Felicidad y el Desapego.

Ave sin haberes reina en los aires.
Vivimos en este mundo con una gran dependencia de bienes materiales desde los más esenciales como el alimento hasta aquellos que usamos por puro entretenimiento, el exceso de apego a los bienes terrenales atenta en contra de nuestra felicidad.

La palabra desapego para los latinoamericanos tiene una connotación negativa porque la relacionamos con la desvinculación afectiva de la gente o de los valores importantes, como la familia, el país, etc.

En realidad el desapego es tan antiguo como las disciplinas espirituales y los reyes del mismo fueron los ascetas, quienes vagaban prácticamente desnudos por la vida, consumiendo lo que la naturaleza les proporcionaba y con una existencia dedicada exclusivamente a la meditación.

Buda con los ascetas.
El príncipe Siddhārtha Gautama (Buda), hizo su pasantía con los ascetas y cuenta la tradición que meditando en el bosque vio pasar a una canoa con un señor mayor y un niño quien tenía en sus manos un instrumento de cuerda que intentaba afinar y quien preguntó al viejo: ¿cuánto tengo que tensar la cuerda?. A lo que el viejo le contestó: “Ni tanto que se rompa, ni tan poco que no suene.” Allí entendió que uno de los valores fundamentales de la vida es el equilibrio, y dejó el ascetismo.

En occidente tuvimos en la edad media a los Cátaros y a San Francisco de Asis que rescataron para los europeos, en contraposición al lujo y la pompa eclesiástica, el desapego como elemento fundamental de un vida espiritual y religiosa. El santo vestía harapos y andaba descalzo, incluso cuando asistió a una audiencia con el Papa Inocencio III.

San Ignacio de Loyola.
Posteriormente, Ignacio de Loyola, impuso el desapego como principio de su orden sacerdotal, pero más en el sentido de que el sacerdote debía estar presto a dejar todo atrás, sin preguntar, a fin de acometer de inmediato la misión que le había sido encomendada.

La idea es asumir el desapego con armonía, no de forma radical. Cada quien tiene su camino y su misión en esta vida y dentro del este parámetro se hace necesario encontrar el equilibrio entre los valores y bienes del espíritu y los mundanos, pero también sin dejar de disfrutar de lo hermoso y sabroso de la vida, no crearse una suerte de dependencia, de lo que debemos agradecer que tenemos y disfrutamos, pero entendiendo que no son lo bienes esenciales en nuestras vidas.

Hacer los que nos dicta el corazón, lo que verdaderamente amamos y que nos llena realmente, no hacer lo que se espera de nosotros o aquellos que hacemos para aparentar.

Si vivimos con el pensamiento puesto en la muerte, como si cada día fuera el último, podremos apreciar con mayor certeza lo que es verdaderamente importante en nuestras vidas, y así no atentaríamos en contra de la felicidad.

1 comentario:

  1. Un caso de exceso a este respecto es el de Girolamo Savonarola, monje que presidió la quema de obras de arte, libros y sedas en una 'hoguera de las vanidades' en la Florencia renacentista, mientras regía la ciudad. Radical moralista, como Robespierre o Joe McCarthy, él mismo murió en la hoguera

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