martes, 3 de agosto de 2010

La Felicidad Dionisíaca.


Dionisios, conocido por los romanos con el nombre de Baco, es el dios de vino y por ende de la fiesta y la celebración, orientado hacia el amor y la felicidad en este mundo.
Los dioses griegos en general han ganado nuevamente relevancia a partir de Karl Jung, quien introdujo a la Psiquiatría una metodología de análisis de los arquetipos humanos, relacionándolos con las características, virtudes y defectos de estos personajes mitológicos, fundamentado en el hecho de que a pesar de ser seres superiores con poderes sobrenaturales, suelen tener características humanas, incluso pueden cometer errores y ser engañados por otros.
Uno de los junguianos más reputados y estudioso de los arquetipos, Rafael López Pedraza, escribió un libro dedicado a esta deidad llamado “Dionisio en el exilio”, orientando su obra al hecho de que la sociedad occidental actual regida por la cultura judeo-cristiana (monoteista) ha menospreciado y se ha distanciado de las ventajas del “culto dionisiaco”.
Hay historiadores que han resaltado la importancia que tenía Dionisios para las sociedades del mundo antíguo, que incluso ven en el milagro de la conversión del agua en vino por parte de Jesús de Nazaret en la bodas de Canán, como una forma de resaltar el origen sobrenatural del mesias, al identificar este episódio con el rito de los custodios del culto a Dionisios que consistía en colocar ánforas con agua en el templo que eran convertidas en vino durante la noche por el mismo dios.
Independientemente de la consideración acerca de la veracidad del anterior comentario, si asumimos como verdadera la anécdota de las bodas de Canán, tenemos que aceptar que Jesús tenía una visión "dionisíaca" de la vida, que valoraba el disfrute sano de la vida con la vista puesta en la cruz.
Como parte del trabajo que hemos venido desarrollando se ha resaltado la importancia del disfrute de la felicidad en el momento presente, de las bendiciones que hemos recibido, de los logros alcanzados y de los aspectos más simples de la cotidianidad.
Si bien es cierto que referirse a Dionisio estamos invocando la fiesta y la bebida, hay que entender que este dios nos invita a disfrutar del amor (de pareja) y además con una inspiración más profunda vista desde la conciencia plena de nuestra finitud o mortalidad inminente.
Para entender esto hay que ver el linaje de este dios quien en unas historias se señala que es hijo de Zeus (dios de dioses) y Perséfone, conocida como la diosa del inframundo, pero en otras historias se le señala como hijo de la mortal Semele, quien muere ante una explosión de energía de Zeus y cuyo feto (Dionisio) es transplantado al muslo de Zeus para preservarlo hasta su nacimiento. En esta última versión Dionisio desciende al inframundo a rescatar a su madre de la muerte.
Esta dualidad entre su vivencia y conocimiento del inframundo y la correspondiente vida alegre, no es en absoluto contradictoria, es precisamente el convencimiento de la realidad e inminencia de la muerte como motor poderoso del disfrute de la vida.
Este conocimiento de la muerte no resulta fácil para los humanos, porque de pequeños logramos percibir a través de la razón (neo cortex) que la muerte es una realidad y aprendemos racionalmente acerca de nuestra propia mortalidad. Este conocimiento lo manejamos de manera muy superficial, puesto que a esas edades vemos la vejez y la muerte (ésta más como consecuencia de la primera) como un hecho distante, el cual se exacerba en la juventud en la cual surge una idea de inmortalidad que nos lleva a realizar actos audaces y sumamente riesgosos.
Si en algún momento sufrimos la muerte de un ser querido, la “idea” de la muerte se combina con un sentimiento muy fuerte de tristeza o de pérdida (límbico) y en algunos casos puede identificarse con la propia muerte y puede convertirse en miedo, pero esto no es común.
Cuando una persona enfrenta una situación de muerte que puede producir pánico, bien sea que la persona haya sufrido un episodio cercano a la muerte (esto se ve mucho en personas que sufren de infartos), en los cuales la sensación de la muerte se aloja en el abdomen, se vuelve viseral, primitiva (reptilíneo), y que puede provocar reacciones orgánicas importantes vinculadas principalmente a la secreción de adrenalina. También se puede producir esta situación cuando somos informados de que nuestra muerte tiene fecha fija (condenado a muerte) o por lo menos estimada en un plazo relativamente cercano (enfermedad terminal).
En estos últimos casos el conocimiento de la muerte se apodera de nuestro cuerpo en su integridad y adquirimos la habilidad de percibir lo que es realmente importante de la vida y comienza a surgir la urgencia de resolver asuntos trascendentes, dejando de lado lo fútil. Esta actitud nos puede permitir valorar el presente con mucha intensidad, convirtiéndonos en personas profundamente dionisíacas, disfrutando intensamente cada momento, pero con una conciencia clara de nuestra finitud, con un pié en este mundo y el otro en el más allá.
Es evidente que una persona, que tenga fe en la promesa de una vida eterna en el más allá, tiene mayores posibilidades de rescatar el hoy, porque sabe que vamos a transitar el camino al encuentro de nuestro creador. El que carece de fe, puede caer en profunda depresión o ser dominado por un pánico incontenible, porque el fin que se le viene es definitivo e irremediable.
El otro aspecto poco conocido de Dionisos es su venganza. Esta venganza recae sobre las personas que no permiten que el amor de pareja entre en sus corazones y terminan embrujadas por un amor falso o irreal que los lleva a “morir” (en el sentido simbólico) despedazados. Es el castigo de los que renuncian al amor.
Esto nos lleva a que el disfrute de la felicidad en el ahora debe conllevar a saborear lo sabroso y agradable que se nos presenta, en desarrollar nuestra capacidad de amar y de vivir el amor, pero siempre con la visión del más allá que a todos nos espera.

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