lunes, 9 de agosto de 2010

La Responsabilidad y la Felicidad.


Resulta una necesidad ineludible de todo ser humano a lo largo de su vida, la de asumir la responsabilidad de sus acciones y omisiones, voluntarias o involuntarias y reparar en la medida de lo posible el daño causado. Hacer lo contrario lo alejaría de la vivencia de la felicidad.
Hace un tiempo leí acerca de la noción del pecado del teólogo greco ortodoxo Gregorio de Pálamas. Él sostenía que el pecado era algo más que los 10 mandamientos; lo definió como: “la manifestación de la imperfección del ser humano”.
Esto cambia profundamente la concepción tradicional del pecado que considera que se es libre de responsabilidad si se ha actuado sin mala intención o sin poder ser imputable del acto u omisión. Pálamas señala que al actuar sin mala intención e incluso con buena intención, se puede causar un daño a otro, y aún en estos casos estamos obligados a pedir perdón y hacer lo que sea posible para reparar el perjuicio causado.
Hay quienes pueden ver esto como un atentado a nuestra auto estima o como una forma de llevar la condición de pecador al extremo de no ser posible lograr la santidad; pero esto no es así.
Esta visión nos puede dar una perspectiva más humilde frente a la vida, al reconocernos verdaderamente imperfectos o mejor dicho perfectibles en grado superlativo, haciendo más retador el objetivo fundamental del ser humano, que he llamado primario, y que consiste en el compromiso de ser todos los días una mejor persona. Esto trae como consecuencia una actitud más comprensiva ante la imperfección, que comparten con nosotros, las demás personas, y a tener presente la sentencia bíblica: “Con la vara que midas, serás medido”.
En las cartas anteriores hemos señalado que la felicidad tiene que ver con una actitud ante la vida y ante nosotros y los demás, que requiere manejar el perdón, el que pedimos, el que otorgamos y el que nos otorgamos, como parte del “mantener limpia la casa”, ante la posibilidad de que la muerte se nos presente “como un ladrón que entra en nuestra casa inesperadamente en la noche”, en la necesidad de conocernos y conocer a los demás y en el aprendizaje tan importante que obtenemos de los errores cometidos .
En fin resulta difícil encontrar la paz y el equilibrio necesario para vivir la experiencia de la felicidad si no asumimos que solo depende de nosotros el logro del reto de vivir la felicidad, haciéndonos responsables de nuestros actos y omisiones a lo largo de la vida que nos lleven en sentido contrario y hacer las correcciones y ajustes que la experiencia y el tiempo nos vaya enseñando.
Para asumir una actitud responsable ante la vida requerimos aceptar el hecho de que tenemos el control de nuestra vida, e incluso en situaciones extremas, como en el caso de una persona mantenida en prisión, quien puede conservar un espíritu libre, convicción ésta, que no puede ser destruida por las cuatro paredes que encierran su humanidad.
Si queremos saber cuanto control tenemos sobre nuestras vidas, debemos tomar conciencia de nuestras declaraciones con relación a lo que nos gobierna. Si nuestras declaraciones apuntan a que son otros los que determinan lo que hacemos (es culpa del país, de la situación económica, de los políticos, de nuestra pareja, porque nací pobre o fui huérfano desde chiquito), como reaccionamos (si nos paraliza el miedo, la depresión o la desilusión, o nos la pasamos criticando todo a nuestro paso) o en definitiva como vivimos, podemos decir que tenemos un “locus de control externo”, es decir, la llave de la felicidad la hemos puesto en manos de otros.
Si por el contrario reconocemos nuestra responsabilidad, declaramos nuestros objetivos y no nos excusamos en lo que digan o hagan o dejen de hacer los demás, podremos decir que tenemos el control de nuestras vidas (locus de control interno) y por ende tenemos el poder de buscar, obtener lo que nos propongamos razonablemente y la posibilidad cierta de declararnos felices en el hoy y en el ahora.
Otra situación que alude al control externor se refiere a las personas quienes identifican la felicidad en el encuentro de la persona amada. Erick Fromm en su libro “El Arte de Amar”, nos enseña que el amor (nuestro) no está en el otro, es una competencia que podemos adquirir y practicar, y así mismo, al aceptar que está en nosotros, tenemos el poder declarar el amor para que se haga realidad; pero la felicidad a través del amor es tema para otra página.

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