lunes, 19 de julio de 2010

Conócete a ti mismo para ser feliz.


Solo una persona que se conozca a sí misma puede saber con certeza que es lo que realmente la hace feliz. Este autoconocimiento resulta difícil y requiere la honestidad suficiente para ver nuestras luces con ponderación y nuestras sombras con humildad.
Esta habilidad o competencia de autoconocimiento no nos la enseñan de manera sistemática; normalmente se adquiere a golpe y porrazo, además de constituir una labor que nos puede llevar toda una vida.
Cuando niños, en el proceso de formación de nuestra personalidad, estamos rodeados por nuestros padres o de cualquier otro adulto quien manifiesta, normalmente con contundencia, sus propias “certezas”, sumado a una sociedad que está convencida de cuál debe ser el camino de todos.
Arrancamos nuestra vida haciendo propios, ideales y visiones de vida que no nos pertenecen y mostrando una imagen muchas veces inspirada en lo que se espera de nosotros y no basada en lo que queremos, sentimos o pensamos.
En la juventud, surge un deseo incontenible de encontrar nuestra individualidad (individuación) y la forma de manifestarla es por contraste con la que nos ha sido modelada por las personas que ejercían autoridad o incluso de aquellas quienes eran objeto de nuestra admiración, sin haber hecho una evaluación acerca de los que vale la pena preservar y lo que se requiere superar o cambiar.
Este proceso que resulta totalmente normal y que en algún libro de psiquiatría leí se llama figurativamente como “el asesinato de la madre” (por ser el vínculo más fuerte, no porque se deje de cuestionar también al padre). Al ser un proceso indisciplinado de búsqueda, termina siendo de imitación de nuestros iguales: “somos uno más del montón que alega ser diferente” .
Para resolver este dilema tenemos que comenzar por el camino más directo: declarar, hacer y buscar en esta vida aquello que amamos realmente, lo que nos apasiona, aquello que no podemos sacar de nuestra mente, perseguir nuestros sueños, o los ajenos a los que nos sumamos con entusiasmo.
Debemos tener un piso firme de valores de los que estamos convencidos, no los impuestos, poner nuestro corazón (pasión) y nuestra mente para darle estructura a ese objetivo y si logramos identificar las herramientas que tenemos y las que requerimos adquirir, seremos muy exitosos.
Si ese objetivo resulta evasivo, aprovechar y sacarle provecho a lo que nos toca vivir por necesidad o compromiso, que seguro ésto abonará de alguna forma el terreno para que finalmente seamos exitosos, pero siempre focalizados en el objetivo final.
Esto nos resuelve la parte de la luz, pero queda sin develar el conocimiento de la sombra que vive adentro.
La sombra no es más que la verdad interior; normalmente, en cuento a la propia, cuando sabemos en que consiste, es la que no queremos revelar, pudiendo incluir aquello que nos avergüenza o lo que simplemente no queremos mostrar (P.ej.: se puede ocultar la sencibilidad para parecer rudo).
Suele ser mucho más fácil ver la sombra en el otro (la paja en el ojo ajeno) que ver la propia (la viga en el propio). Podemos tener algunas formas de verla, cuando nos critican algo o nos cuestionan o nos dan una retroalientación y logran revolvernos, porque nos están poniendo en evidencia. A veces el comentario puede ser incorrecto o inadecuado en la forma, como en el caso del insulto, los descalificativos o juicios que no cuentan con afirmacines suficientes para respaldarlos (hechos concretos). Pero creo que somos capaces de diferenciar con claridad cuando nos han conseguido "la caída".
Otras veces la sombra la ponemos de manifiesto cuando nos justificamos reiterativamente con todas las personas sobre algún asunto en que no estamos seguros de haber actuado bien, buscando aprobación.
Por último, cuando justificamos lo que hacemos porque es una decisión colectiva. Cuando la culpa es de Fuenteovejuna no es de nadie y menos nuestra.
En fin no podemos ser felices engañándonos y por eso hay que tener la disciplina de vernos en el espejo e identificar las incoherencias e incongruencias (el contraste entre lo que se hace y lo que se predica) y diferenciar cuando actuamos de acuerdo con los propios valores o en post de nuestros intereses.
Para entender lo escurridiza que puede resultar la sombra, me parece muy aleccionadora una anécdota de José Gregorio Hernández, quien después de haber dejado el paquete de medicinas, por él recetadas, en la puerta de un paciente pobre suyo (lo que hacía evidente para el paciente quien se lo había dejado), dijo: “¿Soy generoso por caridad o por vanidad?”.
El reto consiste en no perder el tiempo para comenzar esta búsqueda, no vaya a ser que lleguemos a viejos o perdamos la salud y mirando en retrospectiva nos demos cuenta que hemos vivido una infeliz vida de veleta o de alguna forma "ajena"....