miércoles, 8 de septiembre de 2010

La Indiferencia vs. La Felicidad.


Una de las actitudes importantes vinculadas a la Cultura de Paz es la solidaridad. Ésta tiene muchas definiciones, dependiendo de la disciplina que la utilice. Para mí consiste en hacer propio algo de otra persona, es ponerse en el lugar de élla, tener empatía con lo que le sucede.
Actualmente, estamos bombardeados por innumerables noticias negativas que suceden muy cerca de nosotros y en el mundo entero y, contrariamente, no vemos exaltadas las noticias favorables o positivas y esta acumulación de negatividad nos va minando internamente, haciéndonos insensibles antes las tragedias o infortunios que les toca vivir a las demás personas, haciéndonos indiferentes. El enfoque en lo negativo que sucede y la indiferencia ante lo que pasa a los demás nos endurecen el corazón y nos alejan peligrosamente de la felicidad.
No estamos propugnando que las personas se limiten a leer periódicos deportivos o de farándula, o que pongamos a los niños exclusivamente en contacto con comiquitas inspiradas en la pura bondad, porque en definitiva requerimos para nuestra sobrevivencia conocer la realidad que nos circunda.
Es probable que la indiferencia sea una respuesta a la saturación que nos produce el exceso de negatividad, o como un mecanismo de defensa para evitar depresiones profundas.
Sin embargo, como lo hemos señalado a lo largo de este blog, no debemos conformarnos con ser simples testigos de la realidad, sino actores de la misma, aunque sea como la Madre Teresa de Calcuta que no paraba de trabajar a favor de aquel que tenía enfrente de sí. No basta con tener la sabiduría para conocer lo que los demás deben hacer, sino la disposición incansable de hacer aquello que está en nuestras manos.
Pediríamos al lector que meditara acerca de la persona que más quiere en este mundo; para ello cierra tus ojos, respira profundo e imagínatela enfrente de ti sintiendo la emoción que esa persona te inspira. Disfruta de ese momento por lo menos un minuto…
Ahora que has abierto tus ojos, imagínate que te informan que esa persona tan querida por ti fue atracada y fue herida con un arma de fuego y que se debate entre la vida y la muerte en un hospital. ¿Qué sientes ahora?
Todos los días vemos personas que pierden a un familiar o a un ser querido. Imagínense el sentimiento de una madre frente a la morgue esperando los restos de su hijo…
No pretendo que seamos capaces de sentir lo mismo que esa madre, porque además ese sentimiento no nos pertenece, pero muy dentro de nosotros sabemos que una persona que sufre una pérdida tan grande necesita un abrazo, una palabra de consuelo, y a veces algo más difícil de entregar que es la capacidad de escuchar en silencio y acompañarla.
Vivimos en un país en el que se viola, reiterada y descaradamente, los derechos humanos fundamentales e irrenunciables de los individuos, ante la vista gorda de la Fiscalía, la Defensoría del Pueblo, el Parlamento, el Poder Electoral y el Poder Judicial (su silencio los hace cómplices y, en algunos casos, cooperadores necesarios para que se pueda ejecutar tales violaciones o para revestirlas de una falsa legitimidad, lo que los hace reos de delitos de lesa humanidad). Sin el derecho a la vida—“los delincuentes deben estar en las cárceles o bajo tierra”, Gral. Benavides dixit, sin presunción de inocencia, derecho a la defensa, ni al debido proceso, etc.—, derecho a la libre expresión, a la información veraz (no hay estadísticas gubernamentales en muchos aspectos y las que se consiguen son forjadas), sin sanciones legales, sin el derecho a la privacidad, al honor y la reputación y tampoco sin los derechos relativos, como el derecho al trabajo, a la libertad sindical, a dedicarnos a la actividad económica de nuestra preferencia, sin el derecho a la propiedad y a la garantía de no confiscación (el 98% de los bienes expropiados no han sido pagados por el estado), entre otros.
Frente a estos horrores no podemos acogernos a un silencio que nos hace cómplices, ese mismo silencio del que se abstiene de votar porque, al no expresar una opinión, cualquiera puede suponer de qué lado estamos y a nadie le podemos permitir que se adueñe de nuestra opinión, que decida por nosotros, y más cuando se toma decisiones para destruirnos como país, para dividirnos en bandos encontrados y con un fin ulterior de robarnos la felicidad. La excusa de no votar por la trampa que puede haber es muy pobre como excusa, porque si te abstienes de votar ganarán legítima y válidamente sin necesidad de la trampa. Si necesitan cometer fraude para ganar, les puede pasar lo que a los jueces del Tribunal Superior Electoral del Perú cuando dieron ganador a Fujimori, que terminaron presos. De la trampa siempre quedan rastros.
Parafraseando el texto famoso, llamado “Cuando vinieron por mí”, les digo:
Cuando invadieron tierras agrícolas, me quedé callado; yo no era agricultor.
Cuando cerraron los medios de comunicación de televisión, permanecí en silencio; yo veo televisión por cable y uso mi “iPod”.
Cuando confiscaron las empresas, no dije nada; yo trabajaba en otra parte.
Cuando encarcelaron y expatriaron a los políticos de oposición, no pronuncié palabra; yo no soy político. Cuando mataron al hijo de mis vecinos, no hice nada, yo no tengo hijos.
Cuando me quitaron mi casa, no quedaba nadie para decir algo.
En estos momentos puedes hacer muchas cosas, ir a votar en las elecciones, ser testigo de mesa, puedes incluirte en grupos de apoyo en los centros de votación (logística de comida y refrigerios), puedes estimular a todos los que conoces para que participen. No tienes excusas para no participar.
Estos son momentos de definiciones, no valen las medias tintas. No es una invitación para enfrentarte a otros o para destruir a los que no piensan como tú, es para que ejerzas tus derechos. Nadie va a respetar tus derechos si no los ejerces y defiendes. El texto del Apocalipsis se refiere muy fuertemente contra los tibios y dice en 3,15 y 16:
“Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojalá fueses frío, ó caliente! Mas, porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.”
No seas tibio ni indiferente, te estás jugando tu futuro, el de las personas que más quieres y el de tu país. Decídete por lo que creas que es mejor para ellos, para que puedan vivir en felicidad.