lunes, 14 de febrero de 2011

La Felicidad y la Ignorancia:

Sócrates:
"Yo solo sé que no sé nada"
La ignorancia desde su etimología se refiere a no saber o en todo caso a desconocer. Por supuesto la ignorancia tiene dos vertientes principales: La primera que es la que implica el desconocimiento de aquello que ignoramos, por algunos llamada ceguera cognoscitiva que es cuando no somos siquiera capaces de intuir eso que ignoramos y la segunda cuando conocemos que es lo que ignoramos, como sucede, por ejemplo, cuando nos referimos a dominios o materias que no son de nuestra especialidad, como podría ser, en mi caso, en cuanto a la física nuclear.
Hay un tipo de ceguera que se refiere a no poder ver esas potencialidades que están en nosotros y que estamos convencidos de carecer.(*)
Hay que pensar también que el saber "demasiado", suele ser peligroso para la propia integridad. Los autócratas ven con desprecio el conocimiento y más si surge de un pensamiento libre y por eso  Sócrates, que a pesar de sostener su ignorancia como bandera, sabía más que un pescado frito, fue "obligado" a suicidarse con la famosa cicuta, por saber demasiado, con lo cual el conocimiento puede traernos también infelicidad. Sin embargo un pueblo con acceso a alta tecnología y por ende bien informado, puede terminar de enterrar a la momia que gobernó a Egipto en los últimos 30 años.
También se presentan circunstancias en las que el saber ofende y es cuando se exhibe un gran conocimiento de algo o de muchos temas o materias,  frente a personas que se ven apabulladas con la magnitud de esa manifestación. En esos casos parece prudente pasar por ignorante. Por una parte podría ser que el "sabio" identifique el "ser" con el saber, es decir, por vanidad; que por timidez, busque conectarse con la otras personas, con el uso del activo más preciado que posee; o, que el ofendido interprete la exhibición de sabiduría como un juicio acerca de su ignorancia, que puede vincularse a la vergüenza de ser descubierta su ignorancia, en vez de complacerse con el don de la otra persona.
Por supuesto, hay un señor llamado Rafael Echeverría que en cuanto a este tema distingue entre la ignorancia aceptable y la inaceptable, la primera refiriéndose a lo que podemos ignorar porque no nos es necesario conocer para acometer las acciones que nos corresponden, como sería saber de astronomía a una persona que fabrica bicicletas y la segunda referida a aquello que debemos conocer y saber y que hemos elegido negligentemente no aprender, como sería el caso de una persona que sin saber conducir un automóvil, se aventura a hacerlo sin la preparación adecuada en cuanto a las normas de conducción y de tránsito, a la práctica requerida para adquirir la destreza y al cumplimiento de las normas legales referidas a la obtención de una licencia de conducir.
En cuanto a la felicidad, la ignorancia nos permite ser felices cuando el conocimiento puede traernos dolor o angustia, como es el caso de los “cuernos”: Los cuernos duelen cuando sabemos que nos los han puesto, no antes. Lo que sucede en estos casos puede ser que la felicidad sea un valor frágil y quizás hasta ficticio. No lo señalo de forma absoluta porque hay casos en los que develar la verdad no trae nada bueno y si muchas tristezas.
Me acuerdo de un tío de una amiga que ya de tercera edad, jubilado y sin mayores obligaciones familiares se siente mal y al ir al médico y hacerse todos los exámenes resultó que tenía cáncer de pulmón avanzado, inoperable y con un pronóstico de vida de algunos meses. Los hijos al saber el diagnóstico le preguntaron al médico el tratamiento, dietas y demás y el les respondió que nada que le hicieran iba a cambiar el resultado, con lo cual no debía prohibírsele fumar, comer, beber o hacer cualquier cosa que le viniera en gana. Con este pronóstico, los hijos decidieron no decirle nada acerca de la enfermedad y llevárselo a casa. El tío se mejoró a los pocos días y continuó con su vida habitual de jubilado. Resulta que pasado más de un año, fueron al médico y el caso estaba igual, ni mejor ni peor. Después de 5 años del diagnóstico sigue vivo. Este para mí sería un caso de Felicidad por Ignorancia.
También la “verdad” funciona de forma distinta dependiendo de las personas. A mi me pasó que me encontraron una inflamación de varios ganglios del cuello, que luego de varias pruebas y exámenes no encontraban su causa. En esa situación mi médico el Dr. Elster, programó para que me hicieran una biopsia de los ganglios para lo que le pregunté ¿Por qué me mandas a meter cuchillo? En ese momento el Dr. se puso pálido y no dijo nada. Entonces le pregunté: ¿Es que piensas encontrar cáncer?. Entonces me contesto. “Es solo una posibilidad.” Tuve que tranquilizarlo y le dije: “Mire Dr., mi intuición me dice que Dios quiere que yo joda (Ven: fastidie o moleste) un poco más en este mundo, por lo cual no me voy a angustiar por el asunto. Si me equivoco en esta intuición, veré que hago a partir del resultado de la biopsia”. Claro mi caso no era como uno que me contaron hoy de una bola que pareció en una radiografía de torax, porque en esa circunstancia estaría más chorreado que un palo en un gallinero. Salí de la consulta y me fui a un restaurante a comer y beber bien. Finalmente la biopsia no dio ningún resultado y el médico aún hoy no sabe la causa de la inflamación.
"Yo solo sé que lo sé todo"
El otro aspecto que si es más trascendente es la ignorancia de lo que se debería saber. Esta circunstancia se puede dar, por lo menos, en dos escenarios, uno el de la negligencia como es el caso de los Presidentes de muchos países que parecen monos con hojilla, pontificando sobre todos los temas inimaginables, sosteniendo cualquier disparate como si fuera una verdad revelada (no se les vaya a ocurrir pensar que hablo de micomandante presidente). Por eso un viejo político refiriéndose a un presidente (hoy en vías de batir el record Guinness por ser el que ha pasado más tiempo en un congelador), dijo que “lo único que le faltaba era un poco de ignorancia.”; y el otro caso, motivado al miedo a adentrarse en un mundo nuevo o desconocido o en el que no sean válidos los paradigmas con los cuales se vive.
Este tipo de ignorancia puede traer mucha infelicidad en el futuro, porque vivimos en un mundo de cambios muy acelerados en el que cada vez más se requiere que la gente aprenda nuevas competencias, nuevas habilidades, no solo teóricas o prácticas sino una gran capacidad de relacionarse mejor o de forma más productiva con las personas que nos acompañan o nos acompañaran en el futuro. Cada día vemos un “gap”, ensanchándose aceleradamente, entre nosotros y las generaciones que vienen pisándonos los talones y que si siguen así, o asumimos el nuevo ritmo de los tiempos, o nos van pasar por encima. Yo siempre digo que el que no avanza o se niega a evolucionar, retrocede e involuciona. Es evidente que asumir el aprendizaje como una práctica permanente en nuestras vidas y una actitud abierta y dispuesta al cuestionamiento o revisión de los paradigmas que nos pueden amarrar a un pasado que ya no existe, nos hace sentir inseguros, angustiados o desorientados, pero el poder dar un paso al frente de forma exitosa nos trae grandes satisfacciones y si el avance resulta fallido, el aprendizaje a partir de ese fracaso, nos da la fuerza, la destreza y la entereza para seguir avanzando con paso más firme.
La raza humana ha sido catalogada por los científicos como una especie de gran adaptación y la califican de generalista (que no solo se adapta al ambiente en donde ha vivido siempre, sino es capaz de adaptarse a casi todos los demás ambientes a los que migra o al cambio radical en el ambiente habitual), con lo cual es natural en nosotros esa necesidad de conocer nuevas cosas, de adentrarnos en mundos nuevos, entenderlos, modificarlos y también destruirlos.
Por esos cuando hablo de la ignorancia como fuente de felicidad lo hago en este sentido, en el de reconocernos ignorantes, pero con una voluntad indetenible de aprender, de crecer, de evolucionar, pero que debemos hacerlo en cumplimiento del objetivo primario de ser mejor personas cada día y prodigar este avance en beneficio de los que nos rodean.
Abracemos nuestra ignorancia y usémosla como motor de desarrollo. El mundo del futuro va a ser de los que asuman con valentía este reto.


(*) El misticismo parte de la premisa que que el conocimiento absoluto está en el todo o en Dios, según la creencia y a través de la práctica espiritual podemos acceder a ese conocimiento, que no nos viene de afuera ni de la razón.


1 comentario:

  1. alcala@doctorpolitico.com

    En una presentación al artículo La obligación moral de ser inteligentes, de John Erskine, se comenta:

    "El punto de vista de Erskine en este ensayo sigue muy de cerca al de W. K. Clifford en La ética de la creencia. Ambos insisten en que el conocimiento no es algo que podamos elegir tener o no tener según nuestro capricho individual. Arguyen que, dado que otros se ven afectados por nuestras acciones, les debemos asegurarnos (hasta donde sea posible) que no resultarán dañados por nuestra ignorancia. Es nuestro deber ser inteligentes".

    Esto es un deber que crece en astringencia a medida que es mayor el poder que se detente. Los políticos tienen la mayor obligación de no ser ignorantes.

    Por otra lado, y en su habitual vena satírica, dijo Voltaire: "Es peligroso tener razón cuando el gobierno está equivocado".

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