domingo, 24 de marzo de 2013

Homenaje a Gonzalo Pérez Luciani:


Cuando se piensa en Gonzalo Pérez Luciani,  la primera palabra que aparece es el amor. Él amó mucho y fue inmensamente retribuido.

El amor es una experiencia dulce y amarga, porque ella nos proporciona las mayores alegrías de la vida y también nos sumerge en las más duras tristezas.

El que no ama no sufre, pero jamás conoce la verdadera felicidad; el que no ama, pasa por esta vida sin que la vida pase por él.

El Dr. Pérez amo con pasión todo lo que se relacionaba con su vida; un amor por su madre y sus hermanos, tanto que, a pesar de ser de los menores de su casa, siempre fue el ángel protector de la familia Pérez Luciani, consejero y factor de conexión que alcanzó a muchos de sus sobrinos y hasta sobrino nietos.

Con nuestra madre logró un matrimonio perfecto. Pero cuando digo perfecto no lo hago en términos divinos, sino humanos. Para los seres humanos la perfección divina es aburrida; por eso la perfección humana requiere desencuentros, tropiezos, tristezas y demás. Hace falta el contraste.

Con nuestros padres aprendimos que el amor en pareja es una voluntad inquebrantable de permanecer unidos, pero además, de enfrentar cualquiera contrariedad en post del nosotros. Que, además del respecto y  la comunicación, debe haber una habilidad para reclamar, poner sobre la mesa cualquier diferencia y resolverla, porque los votos del matrimonio no deben escribirse en una piedra, deben hacerse en papel y con lápiz, para que con el tiempo se cambien, se mejoren las reglas; en fin, se permita que en unión cada quien se desarrolle, evolucione y crezca, en post del nosotros. Lo que no evoluciona, se deteriora y termina destruido.

El Dr Pérez siempre se mostró al mundo tal cual era y frente a su familia pequeña especialmente. Podíamos ver con claridad sus virtudes, sus defectos y sus carencias humanas, lo cual nos permitió amarlo y protegerlo, porque en él no hay soberbia, ni vanidad. Terquedad en algunos aspectos, sí.

Él no se impuso nunca y nos permitió crecer a cada uno, incluyendo a nuestra madre, para que siguiéramos cada uno su camino y aspiró que nos graduásemos en la universidad y que lográsemos independencia económica, con especial refuerzo para sus hijas, porque el heredó de su mamá y cultivó en nosotros un feminismo sano, no revanchista.

Siempre nos decía,  “La vida da muchas vueltas, hoy tienes dinero y mañana estas en la calle, pero nadie te puede robar lo que tienes en tu cabeza y en tu corazón.”  

También nos enseñó a disfrutar plenamente de la vida, pero con responsabilidad.

Un aspecto resaltante del Dr Pérez han sido sus silencios. A veces era capaz de pasar un día entero sin proferir palabra; esta era su manera de ensimismarse en sus reflexiones y pensamientos. Nunca se precipita a hablar de algo de lo que no está seguro o al menos que su intuición guie su opinión. Es capaz de decir mucho en poquísimas palabras, habladas o escritas.  A pesar de esos silencios, estar en su compañía, hace sentir a la gente, una paz muy grande, una protección muy especial. Siempre lo visualizamos como si fuera un gran árbol, que en cualquier circunstancia se encuentra cobijo bajo su sombra.

Otra de sus facetas es la de haber sido un maestro apasionado del derecho, actividad a la que le dedicó más de 50 años a la docencia.

Recuerdo una de sus frases en clase, en la que recomendaba a sus alumnos a ser escépticos a todo lo que estaba escrito en un papel; a cuestionar todo, a hacerse una opinión propia de cualquier tesis que otra persona defendiera.

Su gran mérito en esta vida son sus alumnos, mucho de ellos, un grupo de abogados estudiosos y 
enamorados del derecho que ha seguido sus propios y diferentes caminos enalteciendo a nuestra profesión.

Nuestro padre no solo ha sido maestro, también ha sido un dedicado abogado en ejercicio, al lado de su hermano José Mélich Orsini y sus otros compañeros de bufete, hoy presentes; también fue juez y árbitro de derecho a lo largo de su vida profesional. Siempre ha actuado con honestidad moral e intelectual, dedicación, responsabilidad, respetando siempre a sus colegas vencedores o vencidos y, lo más importante, aunque ha sido siempre de pocas palabras, no ha sabido callarse nunca ante una injusticia. Su gran defecto: excesiva humildad. 

Uno de sus últimos amores fue el Banco de Caribe, en donde encontró acogida y afecto y sobretodo una libertad plena para pensar y expresarse plenamente, con poquísimas palabras, muy poderosas. Allí trabajó hasta que el “carapacho” no dio para más, como el mismo decía. Pero aun así siguió tirando de la carreta, sin parar.

Muy especial es que haya emprendido su camino a la eternidad en los albores de la conmemoración de la entrada triunfante de Jesús a Jerusalem, lugar en el cual se cumplirá de primero la promesa de la resurrección de la carne.

No dudo que hoy estará en el cielo, porque casi nunca hizo daño a las personas y cuando lo hizo lo reparó con creces, fue generoso al máximo y en todos los sentidos, se entregó a sí mismo y todo su conocimiento y sabiduría, con prodigalidad y humildad.

Si el cielo es tan perfecto como lo pintan, lo vemos junto a sus padres Manuel Pérez Díaz y Lucila Luciani Eduardo, sus hermanos carnales y sus amigos y hermanos de la vida, José Mélich Orsini, José Antonio Cordido, Juan Porras Rengel, Ricardo Azpúrua, José Mendoza, Ney Himiob, José Iturriaga Romero, Aquiles Monagas, Alberto Weibezan, Gustavo Planchart, Manolo Castillo, Luis Tani, Manuel Osorio Menda, Francisco Reyes Pérez y muchos más que, con él, han disfrutado de la vida con plenitud y responsabilidad.

A nuestra madre todo el amor, respeto y admiración por haber amado tanto a nuestro padre y haber sido su maestra más sabia y paciente. Por haberlo cuidado todos estos años con tanta dedicación.

Gracias a todos aquellos que nos han acompañado a los largo de la vida del Dr. Pérez, con su cariño, apoyo, oraciones y solidaridad. A sus médicos que lograron engañar a la muerte en varias oportunidades y convertirlo en un “olvido de la muerte”.

Por último, damos gracias a Dios por habernos prestado a un gran compañero en este viaje que es la vida.
Que Dios los bendiga a todos.



Homenaje de Los Nietos 

Por: Álvaro Godoy Pérez.


Mi abuelo




Tratar de describir lo que significó mi abuelo para mí es muy complejo, pero a la vez muy simple.

Simple, porque sencillamente él fue eso, mi abuelo. En todo el sentido de la palabra. El abuelo que me dio consejos y regalos, el abuelo que me daba de su reserva personal de chocolates cuando íbamos a la playa. El abuelo que con su voz casi inaudible, me contó una infinidad de historias. El abuelo que pasaba horas en su estudio leyendo, con olor a libros viejos, olor a abuelo.

Lo complejo de describirlo tiene que ver con su humanidad. Con la persona que fue y la vida que vivió. Supongo que la mejor forma de resumirlo es diciendo que fue un ser humano ejemplar o más bien un perfecto ejemplo de lo que debe ser un ser humano. Un hombre con virtudes y defectos. Su inteligencia siempre me pareció infinita, así como su sabiduría. También supe reconocer su enorme terquedad que nos obligaba a todos a hacer las cosas a su manera, por suerte mi abuelo se caracterizaba por su gusto por la comodidad, la buena comida y, sobretodo, la buena bebida, así que era difícil no darle la razón.

Su vida fue para mí y para todos sus nietos, un gran ejemplo a seguir. Un hombre que vino de poco y a fuerza de educación y trabajo alcanzó a ser mucho. Alcanzó la cima de su profesión, el reconocimiento de parte de todos aquellos que tuvieron la suerte de trabajar con él. Fue profesor por vocación durante medio siglo. Hizo dinero. Viajó por el mundo, pero lo más importante es que siempre estuvo ahí, como la cabeza de una familia que al día de hoy, a pesar de la distancia, sigue siendo una familia unida por el amor, el mismo amor que él nos dio. Nos dio su amor y nos dio su ejemplo, por eso cada vez que veo mis propias aspiraciones y ambiciones para mi vida, no puedo evitar pensar en mi abuelo.

No hay persona cercana a mí a quien no le haya hablado alguna vez de mi abuelo. De cómo por él aprendí a disfrutar de la vida. De mi abuelo aprendí que lo más importante es disfrutar de cada momento, con una buena comida, una buena bebida y, sobretodo, una buena compañía, la compañía de la familia, de los amigos y de los seres queridos. De mi abuelo aprendí que para alcanzar lo que quiero necesito trabajar, necesito estudiar, pero sobretodo, necesito disfrutar apasionadamente de lo que hago. De mi abuelo aprendí que nunca habré leído suficiente, porque siempre hay algo nuevo que aprender. Lo único que todavía me queda por aprenderle a mi abuelo es a callar. Esa admirable capacidad de estar en silencio que me elude y que en él era tan natural como respirar.

Ahora que se fue, la verdad es que no rehúso a pensarlo en el cielo. No quiero pensar que allá arriba tan lejos esté mi abuelo. Lo único que quiero creer es que lo llevo conmigo a todas partes, que mis hijos y mis nietos también sabrán quién fue Gonzalo Pérez Luciani. No me hace falta fe para saber que el alma de mi abuelo es inmortal, porque yo personalmente me encargaré de que así lo sea, al menos hasta que llegue mi turno de dejar este mundo y entonces, cuando llegue al final de mi camino, si me doy cuenta de que logré al menos una fracción de lo que logró mi abuelo, sabré que mi propia vida valió la pena.

Por último, a la familia, a los que aquí quedamos y en especial a mi abuela. Los amo y pronto estaré allá para darles un abrazo y a través de todo el amor que nos tenemos, recordarlo y honrarlo.