jueves, 9 de julio de 2015

El Silencio.


El silencio adquiere mayor relevancia, por lo escaso y por lo exagerado. El silencio es una categoría que no existe en la realidad física, pero si en el mundo de lo humano; puede estar vinculado al silencio de los sordos, sordos por voluntad o por designio, tanto como la falta de una voz y también a la añorada paz que nos produce.

¿Qué es para ti el silencio?

En mi caso aprendí el valor del silencio, aun joven, cuando me tocó compartir casa con mi hermana, mi cuñado y mis dos sobrinos. Allí surgió una necesidad grande de tranquilidad y soledad.

A partir de este deseo, decidí usar mis fines de semana para ir solo a la playa y fue donde aprendí la diferencia entre lo que es la soledad y lo maravilloso de la solitud y de su silencio. La soledad puede ser una categoría que se refiere a una realidad objetiva: estoy sin nadie; o una sensación o emocionalidad que expresa una carencia de compañía. La solitud, en cambio es un estar solo, en silencio, con pensamientos, oraciones o meditaciones, puede ser con personas al lado o no, con uno mismo; es un encontrar ese quien soy y con la propia emocionalidad, que resulta placentero e enriquecedor, lo que puede abrir, incluso, una puerta hacia la espiritualidad. A partir de esa experiencia aprendí también que nunca estoy solo y que la palabras fastidio y aburrimiento dejaron de tener sentido para mí.

También aprendí del silencio en el coaching, en ese momento en que escuchas el dolor de una persona y no encuentras la palabra correcta o la pregunta poderosa, porque ese sufrimiento te sobrecoge. Allí el silencio del que acompaña es más poderoso que una palabra.


En el Libro de Tomás (uno de los evangelios apócrifos del mar muerto) tiene una hermosa frase que dice: “El Reino de Dios está dentro de vosotros…”. Es ese viaje al fondo de mar donde te reencuentras con el infinito y que vale la pena andarlo…


El silencio puede tener connotaciones elevadas, pero más mundanas, como las que se refieren a la música. En la música hay varios silencios: el que es necesario para que comience la orquesta, refiriéndome a la música “académica”, aquel entre cada movimiento, también cuando termina la pieza y creo que el más importante es ese silencio, que decide el compositor y que maneja a su criterio el director, al dejar un vacío entre una nota y otra o dilatarse en continuar. Hay quien señala que los silencios en la música son uno de los temas más difíciles.



Ahora mis silencios están vinculados con mis ratos de oración y de cocina: sin nadie, sin teléfonos, radio ni televisión. 



Hay otro silencio y es aquel de quien calla. Hay un dicho, que me parece falso para la mayoría de los casos, y es el que se refiere a: “Quién calla otorga”. Mi experiencia es que en la mayoría de los casos, las personas (haciendo la salvedad, por razones culturales no suelen callarse), prefieren quedarse en silencio para no entrar en discusiones inútiles o para evitar enfrentar a una figura de autoridad (un jefe o un padre indispuesto a transigir como costumbre) y que en el fondo no tiene nada de aquiescencia. Ese silencio del que se da por vencido ante la soberbia sin remedio, el paradigma obsesivo, la testarudez, el autoritarismo, porque la palabra resulta semilla que cae en suelo infértil. 

En los antes dicho, puede entrar el silencio que se da cuando nos plegamos a la opinión de una mayoría, absteniéndonos, o evadiendo expresar una posición diferente. Esto ha sido justificado por la necesidad del ser humano de pertenecer, de ser aceptado por un colectivo y que en las organizaciones se ve como una forma de adaptarse a la cultura predominante del entorno en el que nos desenvolvemos. Esto que en principio puede tener un aspecto positivo puede llevarnos a situaciones muy peligrosas e inconvenientes.

Asistí hace unos años a un encuentro multitudinario de ejecutivos de una gran empresa, en el que se presentó un joven profesor, de un instituto de estudios de gerencia, para dar una charla acerca de la ética y los valores en las empresas. 

Muy acertadamente, nos señaló que resultaría aburrido hablar teóricamente acerca de los valores y que sería más útil presentar  casos de la vida real en lo que pudiera ser difícil evaluar o juzgar las conductas observadas.

Uno de los casos fue el siguiente:

"Un ejecutivo tenía el sueño de escalar una de las montañas de los Himalayas en su vida. Ya a los 45 años le es otorgado un año sabático y se suma a una expedición, ya que, por su edad, sería muy difícil que se le presentare de nuevo esa oportunidad. 

Subiendo del campamento base al campamento número 2, se encuentran, a medio camino, a un hombre en el suelo, sin sentido. Lo sientan en una piedra, logran despertarlo, le dan una cobija, pero el mismo no se puede levantar. Se ponen a discutir, si deben ayudarlo a bajar al campamento base o dejarlo allí para que al recuperarse baje por sus propios medios. El ejecutivo piensa que el que baje con el desconocido va a perder la oportunidad de escalar la montaña y como la mayoría piensa que lo mas probable es que se va a recuperar pronto, el podrá bajar sin ayuda. Planteada la situación así, “todos” deciden dejarlo y seguir".

Cuando comienza la discusión acerca de la decisión tomada, resultaron opiniones divididas entre los asistentes. 

Había algo que no me cuadraba y pedí la palabra para preguntarle al facilitador: ¿Usted consideró que estaba delante de un tema que se refiere a lo que se ha dado en llamar psicología de grupo o de masas? Él me contestó que no lo había visto de esa manera. Yo le dije, entonces: "cuando la gente toma decisiones en grupo, termina acogiéndose, normalmente, a lo que la mayoría piensa o lo que piensa su líder más visible, no necesariamente a la decisión más apropiada, porque la mayoría no siempre tiene la razón. Para mi resulta revelador el caso, porque pienso que el reto ético más importante para una persona, que pertenece a una organización, es poder alzar la voz frente a una decisión mayoritaria, que en su fuero interno, no resulta sustentada o válida".

......Hubo un silencio, y se siguió buscando otras opiniones.

Este tipo de conductas puede llevar a una turba a hacer justicia por sí misma, con el serio agravante de que los perpetradores no van a sentir la culpa ni la responsabilidad que sentirían, si la decisión y las acción hubiera sido llevada a cabo por una sola persona, evadiendo así la responsabilidad o diluyéndola en el colectivo, en una suerte de: ¿Quién mató a comendador? ¡Fuenteovejuna señor!

Estos silencios son criminales y debemos estar atentos a nuestras aquiescencias en casos de decisiones grupales. 

Por el contrario muchos han dicho que, mantener silencio, es decir, no tomar posición frente a una injusticia, los hace cómplices de la misma. Puede excusarse este comportamiento cuando le lleva la vida o la libertad a quien alza la voz, pero siento que, independientemente de la libertad y derecho que tengamos a defender posiciones políticas distintas, es una obligación moral alzar la voz en contra de esos atropellos, vengan de quien vengan, y más en la situación que se vive en mucho países como Venezuela, en que, los llamados por la constitución y las leyes a proteger a los ciudadanos de los atropellos de sus Derechos Humanos, en vez de cumplir con su deber, encubren, justifican y hasta revisten de legitimidad a estas violaciones. Estos deberían recibir trato tan severo de la justicia, como los mismos perpetradores.

Mas grave aún aquellos que callan porque obtienen un beneficio y no lo quieren perder…..

En política hay un silencio grave cuando los ciudadanos no asumimos responsabilidades políticas y permitimos ser dirigidos por los peores. Cuando nos abstenemos de votar para que los politiqueros interpreten a su conveniencia nuestra negativa o que voten por nosotros, lo más aviesos.

También resulta terrible el silencio de aquellos que son perseguidos, discriminados o relegados por las sociedades, por razones de raza, sexo, religiosas, preferencias sexuales, posiciones políticas, el ejercicio de sus derechos, posición social o que son acallados por las autoridades con prisiones injustas o medidas judiciales o administrativas que los obligan a callar, so pena de sanciones y persecuciones; y, aquellos que callan para no recibir un severo e injusto juicio de una sociedad.

Entre ellos, todos los que son obligados a sufrir la pena del exilio, inducidos por amenazas de persecución, muerte o cárcel. Los presos hacinados y olvidados, sometidos a sentencias de muerte no decretadas por la justicia, sino por la falta de ella. Los masacrados por esa aberración llamada ISIS, etc..

Todos los que sufren en silencio por la ausencia o la pérdida de un ser querido, el que sufre por una grave o dolorosa enfermedad, ante la indiferencia de los que tienen responsabilidad de actuar, y no logran respuestas, ni siquiera, pueden desahogarse.

Cuando lo regímenes de vocación totalitaria o las empresas o colectivos que tienen una cultura autocrática, tienden a acallar las voces de sus gentes, reduciendo paulatinamente la zona de confort de las personas y en la medida que las agobian, crean una sensación de desesperanza que los hace al final sumisos, pero además profundamente resignados o resentidos en contra de esa autoridad

Pero el silencio más grave es el del sordo, no del que tiene razones fisiológicas, sino el sordo por elección, el que solo se escucha así mismo y que, con su indiferencia, desviste, al que clama, de su legitimidad y dignidad como ser humano.

Para estos sordos, la historia no callará en su severo dictamen.

Esos que sufren injusticia y más si se ven forzados a callar, reciben heridas emocionales severas, que si no son canalizadas debidamente, pueden tener una respuesta violenta en contra de sus opresores o agresores que puede ser excesiva o desproporcionada. 

Por eso tenemos, los que estamos en mejor situación en general, que alzar la voz por los que no pueden, por alguna razón, y reivindicar y sanar esas heridas. Hace falta justicia, pero no una justicia retaliadora, sino reconciliadora, donde, los que sean sometidos a la justicia, asuman sus responsabilidades y se conviertan en factor de reunión y de evolución, para que estos errores no se vuelvan a cometer. El perdón es muy difícil darlo, pero solo resulta si hay reconocimiento mutuo de los errores cometidos; no puede ser unilateral. 

Hoy tenemos el peligro de que se lleguen a acuerdos para garantizar la impunidad en la violación de Derechos Humanos y la preservación de las riquezas mal habidas, similares a los logrados en la transición en Chile. Así no habrá reconciliación, el país seguirá dividido y las heridas permanecerán.

Nos enfrentamos a un cambio de rumbo profundo, no hacia el pasado, sino hacia el futuro, en el que preservemos lo bueno, pero transformándonos primero para poder incidir en el todo, en que las voces de todos tengan cabida y sean escuchadas, en que el silencio sea solo una elección para el recogimiento y la paz, para reconciliarse con el creador y encontrar la disposición de ayudar al que lo necesita; debemos avanzar hacia un nuevo comienzo con nuevos paradigmas de trabajo y responsabilidad. Esa será la verdadera y más importante gesta cívica y a la vez heroica de cada país. Yo me anoto.

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