lunes, 7 de febrero de 2011

La Felicidad y El Yoga:

El yoga es una disciplina física que busca incidir, en el cuerpo y la mente del practicante y que puede tener como fin la meditación y por ende la elevación espiritual.

En lo particular entiendo poco del tema y no soy más que partícipe en la práctica física del yoga, pudiendo solo comentar el resultado de mi propia experiencia. ¿Cómo llegué a esto? Lo explico a continuación.

Por efecto de mi formación de abogado,  habiendo sufrido los embates de una formación jesuítica y además del hecho de haber convivido con personas cuya intelectualidad supera con creces  la del común de la gente (yo ni cerca del promedio), he tenido a lo largo de mi vida posturas muy radicales acerca de varios aspectos,  bien sean intelectuales, religiosos, morales, jurídicos, etc.

Esto me llevó a apreciar la necesidad de entender mi realidad más allá de lo racional y de allí comencé a interesarme por todo lo que no lo era y poniéndome en contacto con las personas que perseguían un fin espiritual.

El racionalismo en exceso no nos permite aceptar que en la base tenemos todo ese mundo primitivo (reptilíneo) e instintivo que rige de manera inexorable nuestras vidas ni reconocer la importancia de las emociones en todos los aspectos de nuestra vida.

Esta escisión en la que vivía encontró su castigo (lo que los junguianos han dado en llamar la venganza de Dionisos) y fue cuando caí en una depresión, no demasiado profunda, pero si suficiente para hacerme reflexionar que no podía dar las espalda a las emociones en esta vida.

Para salir del hoyo me tocó buscar la ayuda de un Psiquiatra (junguiano) que me permitió adentrarme en mi interior desde una plataforma que considero  espiritual o lo sumo pre espiritual desde la óptica de Carl Jung, quien aparentemente se ocupaba de una disciplina científica, que resultó ser, en gran parte, una expresión mística. Creo que Jung nunca logró aceptar que su “verdad” no era comprensible en este mundo y menos desde una perspectiva racional.

Me adentré en esta disciplina y comencé a estudiar a algunos de sus seguidores más reputados como Rafaél López Pedraza y a James Hillman (Jung al referirse a sus seguidores señalaba: “Yo soy Carl Jung, no soy junguiano”, por los altos vuelos en los que se aventuraron sus discípulos) y asumir el tema del  dualismo, que es en muchos casos el causante de las crisis del ser humano, al no encontrar el elemento unificador del dualismo (tema ya tratado en el blog); la importancia del inconsciente colectivo a través del cual logramos conectarnos espiritualmente con los demás seres humanos, primero los más cercanos y luego los más distantes y poder acceder al pasado a nuestros ancestros, en fin a realidades que no son regidas por las leyes del espacio y tiempo que conocemos y aceptamos.

Esto me llevó a entender que el  inconsciente, que existe desde que el hombre es tal y que se remonta a su época más primitiva, tiene un lenguaje simbólico, no verbal, que podemos conocer a través de los sueños e interpretar para movilizarnos proactivamente.

De todo este pasaje, logré reconocerme como ánima y ánimus (parte femenina y masculina), lo que me ha permitido  intercambiar o combinar razón y emocionalidad sin complejos ni conflictos y abrirme a lo primitivo, dentro de mí, regido por el instinto y la intuición.

Después de esto comprendí que nuestra capacidad de evolucionar está ligada a nuestra apertura hacia el aprendizaje de nuevas ideas y la vivencia de nuevas experiencias permitiéndonos cuestionar cualquier paradigma con el que hemos vivido, incluso desde nuestra infancia.

No solo aprendemos a través de nuestra racionalidad, sino que lo hacemos también con nuestra vivencia emocional, con lo cual adquiere una gran importancia la vida y los acontecimientos que no tocan presenciar o protagonizar; pero también y sin que medie lenguaje racional, el aprendizaje que se adquiere a través del cuerpo, de lo físico, del contacto del cuerpo con lo que nos rodea (esto podemos ampliarlo viendo la entrada llamada en Defensa del Cuerpo).

Esto me llevó al Yoga. Por supuesto la mayoría de la gente tiene una idea general del yoga como una disciplina física en la cual las personas aprenden posiciones determinadas que no son nada usuales y que requieren de las personas de una gran flexibilidad y elasticidad.

Tengo amigos que han practicado una disciplina que se llama Sidha Yoga que en principio no exige la práctica de la disciplina física del yoga, o en todo caso es complementaria y que se enfoca en una práctica espiritual de meditación dirigida por un maestro llamado Gurú. Esto me llevó a conocer un libro escrito por un Gurú, ya fallecido, llamado Swami Muktananda Paramahansa (1908 – 1982) discípulo de otro Gurú, fundador de esta disciplina. Por cierto me resultó curiosa la coincidencia con el cristianismo con relación al dogma de la Trinidad (la trinidad en el sidha yoga es el “Ser” que es el todo, equivalente a Dios, el Gurú o maestro, equivalente al Hijo, Jesucristo y Shaktipat, que es la energía espiritual o el equivalente al Espíritu Santo). Por esto cuando he tenido contacto con los practicantes del Sidha Yoga les señalo que respeto mucho su visión espiritual y que mi ”Gurú” es Jesucristo y quedo de lo más bien. Muchos de sus discípulos siguen a una de sus herederas llamada  Swami Chidvilasananda y que es conocida como la Gurumayi.
Es curioso que al Gurú estar cerca de su muerte activa el Saktipat del discípulo, que es equivalente concederle la iluninación del Espíritu Santo. Después he entendido que el sidha yoga no tiene relación directa con la práctica del yoga, pero coinciden en la disciplina del cuerpo como práctica util en la evolución espiritual.

Este señor, al que he dado en llamar “señor mariposa” (hay quien dice que el reencarnó en una mariposa), resalta varias cosas que se parecen a todas las que escriben los que tienen alguna experiencia espiritual, entre éllas: la necesidad de la castidad, o de abstencsión sexual por algún período de tiempo, como instrumento de desapego de lo mundano y terrenal y la necesidad de disciplinar al cuerpo, en cuanto a la cantidad y calidad de lo que se come, hábitos de dormir, la meditación diaria, etc.

¿Cómo conjugo todo esta cantidad de ideas?. Bueno, no tan fácil, pero de forma simplificada lo hice así: 1.- Me pasé una temporada (4 días) en un monasterio ortodoxo griego, dedicado exclusivamente a la oración (en un próxima entrada voy a relatar esa experiencia y a quien reconocí en esa oportunidad); allí aprendí una forma de meditación de la que hablaré más adelante.  2.- Me fui a hacer el camino de Santiago de Compostela (Camino francés desde Ponferrada, a 200 Km de Santiago)  y que este año pienso repetir desde Fátima (a 300 Km de Santiago) y por último me incorporé a clase de yoga (para el año 2011 caminé desde Oporto a Santiago, trayecto de 220 Km,  y practiqué yoga por 3 años).

Lo último que es lo que voy a comentar tuvo su origen en un hecho cierto: ¡soy demasiado tieso!

Ustedes se preguntarán ¿Qué tiene que ver esto con lo que dije?.

Muy bien, intuyo que si la persona tiene una forma de pensar muy rígida sobre aspectos de la vida, esa rigidez se manifiesta en el cuerpo, así como la persona que se la pasa molesta deforma sus rasgos faciales de forma que expresan de manera permanente esa emocionalidad y muchas veces se envejece “feo”, si en general élla es muy negativa; la emocionalidad también transforma el cuerpo, de manera que una persona tímida mantiene baja la mirada y posiblemente tienda a encorvarse  (una persona muy vieja con osteoporosis también se encorva, por supuesto).

Por tal razón, si estaba incorporando conocimientos y experiencias para ampliar mi perspectiva y alejarme de la rigidez de mis posiciones eso se traduciría en mi corporalidad y pensé que al aceptar un aprendizaje a través del cuerpo podía modificar mi pensamiento y mi emocionalidad flexibilizando mi cuerpo, buscando no solo que mi mente se acerque a mi cuerpo, sino que también éste se acerque a aquella.

Ya tengo varios años en este camino y he aprendido que cada postura busca incidir en un órgano o parte particular del cuerpo y en general una práctica bien llevada ayuda a equilibrarnos energéticamente y emocionalmente, produciendo una sensación de paz y armonía muy grande. Lo curioso es que la gente que practica el yoga es normalmente la gente que dispone de un cuerpo muy flexible, especialmente las mujeres que con la cadera que tienen pueden asumir posturas de manera perfecta que para los hombres suelen costar mucho lograrlas. Me ha pasado mucho, que ante la dificultad que he tenido  a lo largo de esta experiencia y el lento y paulatino avance que he logrado, la gente me pregunta ¿Por qué sigues en esto si te cuesta tanto? Y yo les contesto: “Precisamente por ser tan difícil es que lo hago”.

No me ha sido fácil puesto que todavía no tengo la pericia para hacer todas las posiciones o las que hago no las puedo llevar hasta donde lo hace el profesor, pero lo bueno de esta disciplina es que no hay competencia; cada quien hace lo que puede, y si el profesor es cuidadoso, puede dar una clase a expertos conjuntamente con principiantes, marcando las diferencias del caso para permitir el aprovechamiento de la práctica por los noveles.

Uno de los aspectos más resaltantes de mi experiencia es que ha producido en mí “movimiento psíquico”, que se manifiesta con sueños muy vivos y pertinentes a las situaciones que me tocan vivir en el momento.

El otro día, en la oficina, oí una conversación entre otras dos personas, que en principio no me concernía y así la tomé. Ese día fui a mi clase de yoga y en la noche tuve un sueño en el que estaba en una reunión con los grandes jefes de la empresa y uno de ellos me reclamaba el por qué de mi falta de acción o de apoyo en ese asunto.

Al día siguiente hablé con las dos personas y les dije lo que podía hacer para ayudarlas a resolverlo y estuvieron muy de acuerdo con mi colaboración. El asunto en realidad era importante que se resolviera y me dió satisfacción poder colaborar.

En lo particular me ha tocado leer libros escritos por personas de elevación espiritual como San Juan de la Cruz (que es uno de mis favoritos en el mundo cristiano), de Gregorio de Pálamas de la iglesia ortodoxa griega y del Dalay Lama y del señor Muktananda del lado oriental y considero que todos tienen grandes coincidencia acerca de sus visiones acerca de lo que está más allá de nuestra realidad sensitiva, en ese mundo espiritual que todos compartimos se comparte la necesidad de llevar un estilo de vida  particular que abre las posibilidades de crecer hacia lo interno en la búsqueda del todo y de la unidad en el todo.

Después de leer los escritos de personajes como el mencionado en la página anterior (Küng), llego a la conclusión de que la intelectualidad de los teólogos puede ayudarnos a comprender y resolver problemas mundanos, pero no puede elevar nuestra comprensión y vivencia del mundo espiritual.

Por supuesto al tener una perspectiva cristiana es muy difícil aceptar otra adoración distinta a la de Dios y en algunos casos, los orientales, tienden hacia una veneración del maestro o guía. Los seres humanos, hasta los más elevados espiritualmente, no pierden su naturaleza y no dejan de tener su libre albedrío y por tanto, la posibilidad de escoger un camino u otro. Los cristianos resaltamos que Jesús compartía la doble naturaleza, con lo cual fue profundamente humano en su camino terrenal y si el maligno se propuso tentarlo, era porque Jesús podía pecar y escogió no hacerlo. De nuestros maestros debemos aprender y aceptar humildemente nuestra ignorancia para poder desplazarnos en nuestro camino de crecimiento, pero sin olvidar la naturaleza humana del mismo y su capacidad o posibilidad de errar (nunca perder la visión de la sombra en nosotros y en los demás).

De todas estas lecturas he aprendido las diferentes técnicas que se usan para meditar y las resumo así: 1.- La oración o meditación mántrica, que es la que compartimos todos; se logra mediante la oración o la repetición de una frase “sagrada” en un estado de relajamiento o recogimiento; los orientales insisten mucho en las posturas corporales para ayudar. 1.- La que yo he dado en llamar la meditación en acción, la cual, a su vez, tiene dos vertientes, la más antigua, en silencio, en las que encontramos el Tai Shi Chuan, algunas dinámicas en las artes marciales y el Yoga (éstas en occidente ni siquiera se consideran una forma de meditación); y aquellas en la que se reza la oración o el mantra, ya no en reposo, sino cuando se realizan labores normalmente físicas, repetitivas o no (pero que estemos muy acostumbrados a hacerlas) y que no requieran direccionamiento o participación del neurocortex. Esta la encontré con los sacerdotes ortodoxos griegos, quienes la practican rezando la oración de Jesús (Señor, Hijo de Dios, ten compasión de mí que soy un pecador) y era un técnica promovida por Ignacio de Loyola, que exigía de sus sacerdotes un mínimo de 10 minutos de oración o reflexión  matutino y 10 minutos de oración o reflexión vespertina, en el resto del día podían meditar mientras trabajaban. 3.- La meditación en Silencio, la cual solo es practicada por algunas religiones orientales y que está proscrita para los católicos. Esta requiere el acallamiento de la mente o poner la mente en blanco para entrar en un estado de vigilia relajada. Los cristianos no la comparten porque sostienen que al abrir esa puerta si no dejamos nada adentro, permitimos que nos “invada” cualquier influencia positiva o negativa, pero con la grave posibilidad de abrirle la puerta al maligno.

El mismo Jesucristo recomendaba a sus apóstoles que para poder expulsar demonio tenían que hacer ayuno y oración (disciplinar el cuerpo y meditar).

Es conocido que personas que por estos medios han logrado una elevación espiritual son capaces de realizar milagros o realizar actos que van a en contra de las leyes naturales conocidas, como era el caso de San Francisco de Asis (primer santo Católico con estigmas y que era famoso por hablar con los animales),  El Padre Pío, estigmatizado y que lograba sanar gente a distancia. San Martín de Porres, que tenía el don de la ubicuidad y levitaba durante sus oraciones y otros muchos más, del lado oriental y de los ortodoxo griegos (el Padre Paisios en el siglo XX).

Una gran amiga, Pilar, envió una experiencia de tipo espiritual que vivió al conocer a la mencionada Gurumayi y en la que relató lo siguiente:
“Montreau, Suiza, creo que era Marzo del 2001.
Maricarmen y yo saliamos del comedor del lugar donde se estaba celebrando el encuentro mundial de seguidores de Siddha Yoga con la asistencia de Gurumayi. Habíamos llegado a este sitio apenas dos horas antes y tenido la suerte de haberla visto aunque de lejos.
Íbamos conversando bajito cuando, al ir a subir una escalera, nos llevamos una gran sorpresa al ver que Gurumayi venia bajando rodeada de varios swamis (monjes). Yo creo que nos sobresaltamos. Nuestra reacción inmediata fue apartarnos para darle paso; nos quedamos al pie de la escalera agarraditas por la cintura. Al mismo tiempo no se si MC o yo dijimos en alto "Gurumayi" y ella sonriendo dijo "Hola" en castellano ( como supo que éramos españolas? Había gente de todo el mundo)
Entonces, termino de bajar las escaleras, creo que le dije "que linda eres" o "guapa" y MC también le dijo algo. Se acerco y me apretó suavemente pero con firmeza el brazo derecho y en ese momento nos fundimos las tres en una nube de luz. Nuestros cuerpos se desintegraron para fundirse con la luz de élla. Yo creo que esto duro segundos en los que no existió nada mas que luz.
Después ella siguió su camino tan tranquila.
A mi el éxtasis me duro varios días. Andaba como drogada y veía los colores en todo su esplendor. Esa noche Carmen y yo vimos salir una luz azul del lago y tenia forma de cruz. Al irme a dormir oí música celestial y a la mañana siguiente al cortar un kiwi por la mitad al desayunar vi como las pepitas saltaban delante de mis ojos.”

Estas experiencias nos enseñan que existe una realidad que no somos normalmente capaces de apreciar con nuestros sentidos pero que podemos alcanzarla desde nuestro interior a través de un camino espiritual que además de proporcionarnos una gran paz,  nos aporta una gran satisfacción y felicidad, pero el crecimiento espiritual no debe ser usado solo para nuestro beneficio sino tenemos que prodigar las gracias que hayamos recibido y proyectarlas en el mundo, como nos pidió Jesús que seamos "la sal de la tierra y  la luz del mundo".

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