lunes, 30 de agosto de 2010

La Felicidad vs. El Miedo.


Ayer salió publicada una entrevista al padre José Virtuoso (SJ), próximo rector de la Universidad Católica Andrés Bello y quien ha trabajado por muchos años en el Centro Gumilla, en la cual señalaba que cerca del setenta por ciento de la población se abstiene de salir de sus casas para divertirse en razón al miedo que le produce la inseguridad personal en el país.
El asunto de la inseguridad es tan grave que ya se considera a Venezuela el país más inseguro del mundo, incluso cuando se compara con países que viven alguna forma de conflicto armado.
El miedo es una emoción sumamente poderosa y es capaz de paralizarnos de manera total y absoluta, haciéndonos perder sobretodo la esperanza en un futuro mejor.
El miedo es un mecanismo de defensa del que disponen una gran parte de los animales para garantizar la supervivencia de la especie. Como señalamos en una entrada anterior, si no tuviéramos miedo como generador de una situación de estrés, no seríamos capaz de segregar la adrenalina que nos permite reaccionar a nuestro máximo potencial físico y de reflejos; para unos padres resulta un alivio tener un hijo que perciba algún nivel de miedo en algunas circunstancias, que le impida acometer alguna travesura extrema.
Sin embargo, también señalamos que si el estímulo del miedo supera lo circunstancial (por ejemplo del ataque de un perro furioso) y se hace permanente o semi-permanente, el mecanismo de defensa se vuelve en contra de nosotros mismos causando daños orgánicos de la más amplia variedad.
Ante esta situación no hemos hecho más que intentar huir del fenómeno y cuando digo esto lo digo a todo nivel social, económico o político. Los que tienen mucho poder económico o político lo resuelven rodeándose de escoltas armados, sistemas de vigilancia de toda índole, blindaje de vehículos etc. Las personas con menos recursos no les ha quedado más que encerrarse en sus casas con puertas de seguridad con múltiples cerrojos, rejas, alambres de púas, recluyéndose así mismos en cárceles y evitando salir a la calle especialmente en las noches, dejando a la delincuencia actuar a sus anchas.
Aunque esta respuesta puede disminuir sensiblemente el riesgo de ser víctima de la delincuencia, no resuelve un problema que va a ir en aumento en un país que está en plena recesión económica y sin que se avizore a mediando plazo una recuperación.
Inglaterra prohibió el uso de armas de fuego hace muchos años, incluso las que usaban ordinariamente los policías, entre otras cosas, por los abusos cometidos por los cuerpos policiales. Japón también ha tenido una tradición de muchos años de control de armas de fuego y esto ha hecho que estas dos naciones sean las que tienen las más bajas estadísticas de muertes por armas de fuego.
En un estudio hecho en Estados Unidos quedó demostrado que en más del 80% de los enfrentamientos armados con muertes entre ladrones y víctimas, resultaron muertas las víctimas, lo cual es razonable por la mayor experticia en el manejo del arma de los ladrones y a la falta de escrúpulos que en muchos casos está vinculada al uso de drogas.
En Venezuela se estima que hay casi un arma por habitante, lo que dudo que sea cierto porque la gran mayoría de las personas que las portan no cumplen con ningún requisito legal de empadronamiento, así que la cifra puede ser mayor.
Entendemos que el problema de la delincuencia no está solo vinculado al armamento sino a otros factores, entre los cuales los más importantes son: el deterioro grave de los valores morales y ciudadanos, una justicia politizada que no sanciona a los delincuentes (se estima que más del 98% de los delitos quedan impunes), el desbordamiento del consumo y comercialización de drogas y por último las razones de tipo económico y social. Esto lo recalco porque resulta absurdo vincular la pobreza a la delincuencia, más allá del hecho de que pudiere haber una delincuencia promovida por el hambre o que la pobreza obligue a las personas a vivir en zonas de mayor índice de delincuencia y no como la pobreza en sí misma como causa del deterioro moral que conlleva a apartarse de las normas legales y sociales.
Los gobiernos han sido poco transparentes en la lucha contra la droga y para demostrarlo presentamos un ejemplo: En los países serios se mide la efectividad en la lucha en contra del narcotráfico, no con base a la cantidad de alijos de drogas decomisados en un año determinado (pueden incrementarse los decomisos por el aumento del tráfico), sino en la variación del precio de un “pase” de droga en la calle y el porcentaje de pureza de la misma. Cuando el precio en la calle aumenta y la calidad de la droga se deteriora, se puede decir con propiedad que ha habido un avance en la actividad policial.
En la ciudad de Nueva York con el Plan Braton se disminuyó sensiblemente la delincuencia con una política de cero tolerancia a delitos o faltas menores. Las bandas suelen reclutar a los más jóvenes, entre otras cosas, porque las sanciones a menores son más leves que las aplicadas a los adultos. Al aplicar la Ley a esos jóvenes, aunque sea por un delito o falta menor (saltar sobre un torniquete en el metro o por pintar un graffiti), se puede atajar a tiempo y sacarlo del entorno de delincuencia en donde se desenvuelve.
También es importante el trabajo en las cárceles, las cuales se han convertido en los centros más efectivos para obtener un master en delincuencia. Los evangélicos han hecho una labor en las cárceles muy meritoria en la que acercan la religión al preso y una vez que sale libre les consiguen donde vivir, si no lo tienen, trabajo también y le devuelven un sentido de pertenecer a una comunidad que los apoya de alguna forma. La última estadística que vi al respecto señalaba que los reos que se unían a estos grupos religiosos tenían una rata de reincidencia del cincuenta por ciento, que para los demás reos es más cercana al ciento por ciento.
¿Qué hacemos nosotros en esta situación?.
Primero: Desechar la parálisis que nos produce el miedo y convertir ese miedo en acción para apoyar a resolver el problema.
Segundo: Ejercer el control político de nuestros representantes en el gobierno a través del voto a favor de aquellas personas que estén orientadas verdaderamente a la solución del problema y que manejen un lenguaje propio de la Cultura de Paz.
Tercero: Existe una propuesta de comprar las armas ilegales y destruirlas inmediatamente preservando la identidad de la persona que las rinden. Podríamos ser activos en el apoyo de esta propuesta.
Cuarto: Conversar del tema. Promover y participar en todos las colectividades a las que pertenecemos, el condominio, el club, la asociación de vecinos, el consejo comunal y la escuela, para conversar con todos sus miembros, apoyarse en personas conocedoras de la materia y tomar acciones preventivas de la delincuencia, las tradicionales, pero entre otras las que tienen que ver con el manejo de la violencia que ha contaminado todos los ambientes (nos hemos vuelto más agresivos con nuestros vecinos, en el tránsito, en las escuelas, etc.), promoviendo programas de cultura de paz; el apoyo a las comunidades que nos son aledañas y que tienen mayores problemas de violencia e inseguridad y apoyar actividades que promuevan el deporte y la recreación sana o aquellas que ayudan al drogadicto.
En conclusión, podemos convertir el miedo en un estímulo para actuar en beneficio propio, de nuestra familia y de nuestra colectividad y al hacerlo reabriremos la puerta de la esperanza tan necesaria para el bienestar y la felicidad de todos nosotros.