El regreso a la
patria es más tema para un cuento, o para un poema, que para un
artículo de prensa. Ciertamente, después de casi tres años de ausencia es "la
flor amarilla del camino", la profundidad de los árboles o la presencia del Ávila lo que más nos
conmueve. Hay demasiados reencuentros a cada paso, en cada hora, en cada brazo
de calle, para sentir nostalgia - como el turista insatisfecho -por las orillas
del Sena, por las luces de Broadway o por
el aperitivo en la Gran Vía. Nuestro espíritu como el labio del niño,
conserva su sed permanente por la leche materna.- Por ese olor húmedo de
nuestra tierra oscura, por sus frutos rebosantes de forma y aroma, por sus
semillas, por sus
crepúsculos precoces, por el aliento de sus montañas,
por la música del trópico, espesa y turbia,
que retumba como la ola y recuerda el mar.
Pero de pronto se nos acerca alguien y nos cuenta,
uno de los infinitos chistes que se inventan a diario, para ironizar sobre los
desaciertos del régimen; o nos hablan, con furia, de los males que
han originado "la democracia";
o, con lágrimas en los ojos, nos narran el triste destino de alguna empresa que
fue floreciente. Entonces volvernos a la realidad. Nos encontramos con
que Venezuela ha cambiado — para bien o para mal—, pero que los venezolanos seguimos
siendo los mismos.
Después de
todo, nadie -salvo los
muy ingenuos- tenía derecho a pensar que íbamos a transformarnos, por el simple
hecho de sustituir un dictador por un Presidente electo. La expectativa de
lucro fácil, el vicio espiritual, la indisciplina, la ausencia, de fe (en algo
o en alguien), siguen siendo parte integrante y esencial de nuestro patrimonio colectivo.
Se me dirá que poseemos también muchos valores y no faltarán, sin duda los amigos
de las explicaciones prefabricadas para acusar de todas nuestras taras
al "imperialismo yankí" o al "peligro
comunista". Afortunadamente para mí es a los
políticos de uno y otro bando a quienes corresponde la grata tarea de cantar
las virtudes del pueblo y de acusar a "los verdaderos" responsables
de sus miserias.
Lo cierto es que al reencontrar de nuevo a Venezuela, me hallo frente al mismo pueblo que posee el hábito de disfrazar la decepción con el chiste. El mismo que hace
alarde de improvisación y de indisciplina, porque cree más en la magia y en el instinto que en el esfuerzo
sostenido y en el talento. Con el mismo
pueblo, aventurero e impaciente,
que después de
cinco siglos de sumisión y de violencia cree que la fuerza y el azar pueden
redimirlo.
Y
si repito aún todo esto es porque
conservo intacta la convicción de que, pese a los desatinos y a la carga
de ineficacia que arrastra el presente ensayo democrático, es la convivencia y
la legitimidad democrática nuestra única y verdadera salida. Me niego a aceptar
-como lo anuncian infinidad de profetas- que Venezuela sólo tenga dos alternativas: o la dictadura facistoide, o la
dictadura-marxista. Con horror: he escuchado las voces -hasta de
hombres que yo creía sensatos- que me
anuncian, sin disimular su complacencia, la proximidad de una nueva dictadura.
Otros mas ingenuos que yo, aguardan "el golpe" que nos llevará al fidelismo. En resumen,
continuamos aguardando, como siempre, que el
azar y la violencia resuelvan nuestros males.
Pocos, muy pocos, creemos aún que no son imputables al sistema
los errores y las limitaciones de los hombres encargados de
aplicarlo. Todavía hay tiempo de enmendar, de rectificar, de corregir.
El Nacional –Domingo 15 de octubre de 1961
Antonio Stempel París
Nota: Este artículo cayó en mis manos gracias a Teresa Casanova, talentosa artista plástica venezolana.