lunes, 16 de agosto de 2010

La Discriminación vs La Felicidad.


La discriminación está fuertemente arraigada al ser humano y se manifiesta, entre otras cosas, a través de los prejuicios. Cuando nuestra actitud discriminatoria afecta la dignidad o deshumaniza a una persona, estamos afectando nuestra propia dignidad y humanidad.
Existe una discriminación legítima y válida. Cada quien tiene el derecho a escoger, con exclusión de otras personas, sus amigos, su pareja, sus socios y pertenecer a una colectividad determinada en la que comparte valores, intereses, proyectos, visiones, etc. Resulta, pues, válido pertenecer a un club deportivo, a un colegio profesional, a un partido político, etc., siempre y cuando la discriminación no se vuelva odiosa o ilegítima y esto sucede cuando esté basada en el sexo (ahora la llaman de género incluyendo en esto la orientación sexual), raza, religión, condición social, posición política, etc.
Tenemos una actitud prejuiciada de base. Cuando conocemos a una persona por primera vez involuntariamente le hacemos una evaluación fugaz y emitimos un juicio, que proviene de todos ese bagaje acumulado a lo largo de nuestra vida y de la intuición. El asunto no implica dejar de hacerse una idea preliminar de una persona que se acaba de conocer, pero debemos reconocer en nosotros que prejuicios manejamos (asunto duro y complejo), pero a lo sumo darle a la otra persona el beneficio de la duda y permitir que el tiempo nos muestre como en realidad es.
Cuando discriminamos en forma ilegítima dejamos de reconocer todas aquellas cosas que nos identifican con las demás personas y que nos hacen parte de una misma humanidad. Esto es así porque las diferencias que usamos como fundamento de este tipo de discriminación no están basadas en razones de peso o válidas, sino son superficiales o casuales, como puede ser el color de la piel o el sexo con el cual nacimos o esas diferencias que devienen de razones sociales o culturales, que dependen de haber nacido en una familia determinada, un grupo social o religioso o un país determinado.
Esto me hizo acordar de una tira cómica de Mafalda en la cual decía: “Amo a Argentina porque nací en Argentina, amo a China porque nací en China, amo a Francia porque nací en Francia”; y remataba con la pregunta: “¿Nacionalismo o comodidad?.”
No podemos vivir plenamente la felicidad si no asumimos una actitud “ontológica”, es decir, que busca reconocer en los otros seres humanos lo que nos es común, no lo que nos diferencia. Si sentamos las bases de nuestras relaciones en lo que nos identifica y manejamos las diferencias desde el respeto, la aceptación del otro (otredad), el diálogo (confrontación válida y enriquecedora), la empatía y la resolución de conflictos (cuando partimos de la reconciliación), exaltamos la dignidad y humanidad del otro y a la vez la nuestra.
Esto se vuelve muy importante cuando en una sociedad determinada se evoluciona desde el prejuicio a la aceptación del otro como pasó en Estados Unidos cuando fue “prohibida” la segregación o en Suráfrica cuando se superó el apartheid. En estos casos se requiere lograr la reconciliación de las posturas intolerantes que existían. Para que esto sea posible es necesario reconocer las posturas discriminatorias que se han asumido y los errores cometidos. En estos casos este reconocimiento no solo corresponde a los “agresores” sino también de las “víctimas”, que en muchos casos asumen posiciones de rechazo de sentido contrario. Esto requiere que haya este reconocimiento, el pedir perdón y perdonar.
Cuando estos procesos de reconciliación no se producen, puede suceder que las “víctimas” se convierten en “agresores” de sus victimarios o de otras personas distintas.
Esto es tan natural que normalmente una persona que ejerce la violencia doméstica, ha sido a su vez víctima de esa violencia en su infancia.
Por otra parte, hay que tener cuidado con las etiquetas que  han puesto de moda personas que presumen de antiracistas. Sabemos que en cuanto a raza, hay colores que desde el punto de vista genético son dominantes como son los de los colores de piel y ojos oscuros o el cabello rizado. Una persona que es hija de un padre de piel y ojos claros y de otro que es de ojos oscuros (asumiendo que son portadores de esas características sin poseer el gen recesivo), debería ser de piel y ojos oscuros, pero su herencia genética es totalmente mestiza, aunque su fenotipo sea idéntico al padre de colores oscuros. Entonces ¿como se puede etiquetar a esta persona como afrodescendiente o indodescendiente o sinodescendiente o nativodescendiente o latino, etc, cuando tiene tanta información genética de un padre como de la otra?. Es como pretender que se es hijo del padre y no de la madre o viceversa. El mundo en realidad esta lleno de mestizos, porque solo tenemos 50.000 años que salimos de África, es decir todos somos afrodescendientes y desde el punto de vista génetico existe una única y válida diferenciación entre los seres humanos, distinta al sexo (con los casos raros de sexualidad intermedia) y está basada en la teoría de las nueve madres. Según esta teoría, el ADN mitocondrial, que es el que está en plasma de la célula y que pasa de generación a generación de madre a hijos, no de padre a hijos, puesto que el óvulo aporta además del ADN nuclear de la madre, el ADN del plasma, solo existen nueve ADN mitocondriales diferentes en el mundo. Todos y cada uno de los seres humanos tiene un linaje heredado de su madre y que lo hace pertenecer a una determinada madre originaria de entre las nueve que hemos señalado. Por cierto, hasta el momento no se ha determinado que alguna característica que incida en el fenotipo externo, tenga que ver con una u otra familia "mitocondrial". Por esto todas esas etiquetas me generan sospecha, puesto que solo los racistas más acérrimos son amigos de las etiquetas. Un antiracismo con etiquetas es también excluente y por ende racista y más cuando no tiene ningún fundamento lógico, práctico ni científico. Un ser humano es tan ser humano como otro.
Cuando rechazamos las injusticias y los maltratos recibidos o recibidos por otros, debemos reconocer que la potencialidad para cometerlos vive en nosotros, porque de lo contrario, en otras circunstancias podemos ser los agentes de tales agresiones.
La falta de una verdadera reconciliación en la primera guerra mundial, llevó a Europa a la siguiente guerra, la cual tiene hoy 65 años de terminada. El gran esfuerzo de la mayoría de las naciones vencedoras en esa última gran guerra, logró que Europa comprendiera que la unificación era su camino y la reconciliación lograda los ha hecho exitosos en este esfuerzo. Me gustaría ver el ejercito Alemán en los desfiles de celebración del fin de la guerra. La guerra hoy por hoy, la ganaron todos los que hoy conforman la Europa unida.
Lo mismo sucedió con Japón que resurgió de la guerra como una fuerte democracia integrada y factor fundamental del progreso mundial, aunque tiene mucho por hacer con sus hermanos asiáticos para terminar de cerrar las heridas infringidas; no es suficiente asumir una posición pacifista y antinuclear, sino que asuman su responsabilidad en esa guerra y en especial la que corresponde a la Casa Real. Tal como lo hizo Juan Pablo II ante el Muro de los Lamentos por todas las persecuciones y agravios al pueblo judío hecho en nombre de la Iglesia Católica Romana.
Finalmente, hizo acto de presencia el embajador americano acompañado del Secretario General de la ONU, en Hiroshima, este año, como una forma de reconocimiento del horror de la guerra nuclear; una guerra, en este caso, declarada por el Gobierno japonés. Llegó el momento en que cada quien asuma su responsabilidad.
Hoy preocupa las similitudes que puede tener el régimen impuesto a la franja de Gaza con el que se instituyó en el gueto de Varsovia.
En nuestro caso, Venezuela, tenemos un gran reto de reconciliación. Entendemos que la reconciliación requiere una voluntad de dialogo entre posiciones encontradas y si hay personas o grupos que rechazan el dialogo, no nos queda más que dialogar con el que si quiera hacerlo, pero para ello debemos reconocer nuestros errores y faltas, reclamar los agravios recibidos, perdonar y pedir perdón y construir un consenso basado en lo que nos une y no en lo que nos separa, con una voluntad sincera de conciliar esas diferencias.
Se preguntarán como la discriminación nos lleva a la guerra. Cuando se siembra la injusticia, el odio y por ende la discriminación, lo único que podemos cosechar es la violencia y la guerra. Requerimos la paz para ser felices, pero élla no es posible sin un compromiso de todos, de justicia, respeto, solidaridad, tolerancia, diálogo y resolución pacífica de los conflictos. La felicidad requiere de las personas y de las colectividades abrazar la Cultura de la Paz.