martes, 21 de agosto de 2012

La Política Venezolana desde una Mirada Ontológica (2a parte)


En la entrada anterior expliqué en qué consiste un análisis político desde la perspectiva de la Gestión Ontológica y procedí a evaluar la del sector oficialista.

En relación con el análisis señalado, uno de los lectores me hizo reflexionar sobre varios hechos que resultan importantes  para el éxito en la gestión de la acción por parte del sector oficialista y son los que narro a continuación.

Cuando en el año de 2003, luego de una cantidad de acontecimientos que en este escrito no corresponde relatar, el sector que hoy se reúne en la Unidad Democrática logra organizarse para activar el referéndum revocatorio del Presidente de la República, el que se efectuaría al año siguiente. En esos tiempos, la popularidad del Presidente, según algunas encuestas, estaba entre un 30 y un 35 por ciento y con un porcentaje de desaprobación muy alto. Conforme con las normas vigentes, luego de presentadas la solicitud de la consulta popular y las firmas el Consejo Nacional Electoral, éste estaba en la obligación de convocar la consulta referendaria  en un lapso no mayor de 30 días continuos.

En vista del control político ejercido desde Miraflores sobre el máximo organismo electoral, logran retrasar  por un período lo suficientemente largo, con argumentaciones legales y otras no tanto, el proceso de convocatoria, para dar al Ejecutivo la oportunidad de revertir la tendencia de la opinión pública.

Simultáneamente con los primeros acontecimientos relatados, el Presidente, luego de una visita a La Habana, vino con la idea de implementar planes masivos sociales a través de lo que dieron en llamar Misiones, que comenzaron con la Misión Barrio Adentro (atención médica primaria en los barrios populares con el apoyo de un ejército de “médicos” cubanos (con solo tres años de formación académica y que no podía revalidar su títulos en Venezuela, por esta razón), la Misión Mercal (provisión de comida subsidiada mediante una red de mercaditos en barrios populares), la Misión Robinson (destinada a acabar con el analfabetismo) y otras más que, según los entendidos, requirieron de un gasto gubernamental de alrededor de 5.000 millones de dólares.  Muchas de esta misiones no se limitaban a prestar una servicio público como los señalados, sino que implicaban la entrega directa de un subsidio en dinero (becas) a las personas que se registraban en ellas.

Finalmente, para la fecha en que se convocó finalmente la consulta electoral, se estimó que alrededor del 30 por ciento de la población, en especial, la perteneciente a las clase sociales D y E se beneficiaba  directamente de por lo menos una de las misiones. 

El resultado no se hizo esperar, con una votación por el NO, de alrededor del 60%.

Evidentemente, el oficialismo había creado un sistema estructurado, desordenado, e inauditable, pero muy efectivo para asegurar voluntades a su favor mediante un sistema de subsidio directo a la población. A esto sumamos que gran parte del presupuesto, de los bienes y el recurso humano de PDVSA y de otros organismos públicos se destinaron, a partir de ese momento, para estas misiones y cualquier otro gasto que requiriera la maquinaria electoral del partido oficialista, para todos los procesos electorales.

Éste es el elemento central de la Gestión de la Acción del oficialismo: una bien engrasada maquinaria electoral.

Que la gestión pública de los organismos y de las mismas misiones sea pésima, no es el objetivo central  de los mismos; ellos están para garantizar la permanencia en el poder y a su vez lograr una gestión de la posibilidad muy buena, porque mantiene la esperanza, incluso en aquel que no se ha beneficiado de algún plan social, en que eventualmente se le dará lo que le corresponde. Esto se corresponde con las consideraciones que hicimos acerca de la supervivencia del líder fundamental de esta revolución.

También en cuanto a la gestión de la acción ha sido muy importante la creación de una serie de entidades sociales, como son los Consejos Comunales, los cuales forman parte del Poder Popular y pretenden actuar en sustitución de las prefecturas o jefaturas civiles. Independientemente del objetivo político de debilitar las autoridades locales, electas popularmente, y neutralizarlas a través de la desviación de fondos de las regiones a estos grupos sociales, este esquema ha evolucionado, a mi modo de ver, positivamente, porque al recibir algunos fondos (en realidad cada vez menos) han podido realizar en su gran mayoría obras menores que resuelven de forma inmediata necesidades que antes no eran atendidas por las autoridades. En la realidad, están compuestas por todo tipo de personas, no necesariamente ligadas con el partido de gobierno y funcionan como un foro de las comunidades que en la práctica, por sus vinculaciones o gestiones ante organismos del Estado, logra operativos o acciones puntuales en favor de sus comunidades. Esta instancia de participación no debiera desaparecer y, si no se radicaliza políticamente, puede ser un instrumento muy útil de lo que se ha dado en llamar la Contraloría Social. Éste es otro de los aspectos positivos que han beneficiado políticamente al oficialismo porque, en los eventos electorales, puede usar estos entes para conformar a los testigos de mesa de los centros electorales y para las labores de movilización de los simpatizantes el día de la votación.

El último aspecto resaltante en la gestión de la acción, se refiere al diseño y difusión de una narrativa de laboratorio. Como señalamos en la entrada anterior, lograron cambiar el significado de “socialismo”, que para muchos era equivalente a comunismo, por la idea de que se refiere a los planes sociales y a la solidaridad entre las personas. En este sentido, la política comunicacional del oficialismo está conformada por una camisa de fuerza que sólo permite hablar a los que están autorizados y, cuando se les autoriza, incluyendo a los que presiden los Poderes Públicos, distintos a la Presidencia de la República. El que habla, sin autorización o fuera del guión establecido, es severamente castigado, aunque lo que haya dicho no contenga ningún error. El exceso de exposición de algún político o funcionario no está permitido, y también es severamente castigado porque no se puede opacar la imagen del líder fundamental de la revolución; tanto es así que, si un organismo o gobernación o alcaldía oficialista hace alguna campaña publicitaria o de información de obras o gestión, todo debe girar alrededor del hecho de que todo se hace y todo es posible gracias a “mi-comandante-presidente”.

En esta misma línea está la construcción de todo el discurso alrededor de la distinción “pobre”, la de “exclusión” y los “excluidos” y los antiguos conceptos de lucha de clases, “solidaridad”, “humanismo”, “justicia social”, etc., que vistió a este movimiento político como el que dio sentido e importancia, por primera vez, al pueblo (como sinónimo de desposeído) y que todo se hacía en función de ese pueblo y no en post del verdadero y objetivo primario de perpetuarse en el poder. El país estaba en mora con estos sectores de la población y llegó quien recogiera esa bandera, blandiendo una espada vengadora y llena de odio.

También se buscó implantar la idea de que todo lo anterior era malo, constituía una entrega en favor de los poderosos y los ricos y más allá, en beneficio de las grandes potencias y esto como justificación para la promoción de una revolución, patriótica y anti imperialista.

La forma de convencer fue mediante reinvención de la historia, apropiarse de Bolívar, de su imagen (el retrato siempre a su espalda, pero nunca más arriba de él) y de su ideario y esta apropiación se hace de tal forma que el Líder es el único que cita a Bolívar (los demás sectores también se lo permitieron), a todo en el país se le añade el calificativo de bolivariano, luego es el único que lo interpreta y lo redescubre “socialista”, es decir, crea una equivalencia entre su revolución y la revolución libertadora de Bolívar, con lo cual se pretende que ser bolivariano es lo mismo que ser oficialista, hasta que finalmente, pasando por una etapa de sumo sacerdote, se convierte en su reencarnación (para prueba el nuevo retrato computarizado, en el que Bolívar no se parece a si mismo). Para reforzar esto cambia todos los símbolos patrios, sube nuevos héroes a los altares (a los delincuentes de Zamora y Guzmán Blanco), destrona a otros (Páez, sin el cual no se hubiera logrado la independencia de Venezuela) y hasta manipula a Jesucristo y lo declara su aliado, convirtiéndose no solo en una suerte de semidiós, sino en el mismo redentor que logró resucitar de la sentencia de muerte por el cáncer.

También la política comunicacional excluye toda posibilidad de diálogo o de “dialéctica”. Ante cualquier argumento contrario a la narrativa oficial, la respuesta es poner una etiqueta al interlocutor o mensajero (argumentum ad hominem), un juicio descalificador o un insulto. Esta etiqueta se repite en coro permanentemente, de manera que a partir de ese momento la persona es referida no por su nombre sino por su etiqueta. Esto se acompaña con burlas, irrespeto y agresiones que en muchos casos llegan a ser físicas.

Esta política ha sido tan efectiva como nociva, porque incluso los factores adversos al oficialismo terminan repitiendo los calificativos y utilizan la misma narrativa impuesta desde el gobierno.

Dentro de esta política comunicacional, que ha permitido la inoculación permanente del lenguaje, las exageraciones, las mentiras (me refiero a las estadísticas de gestión, cifras oficiales, etc., que por ejemplo consideran a una persona como empleada a quien trabaja medio día a la semana o que reciba un subsidio del Estado y no considera desempleado a quien no tiene empleo pero que manifiesta no tiene interés en trabajar) y sus argumentaciones. Ha sido determinante el encadenamiento abusivo de los medios de comunicación y el uso del programa Aló Presidente, que ha decidido el contenido de la agenda política del país correspondiente a la semana siguiente a su transmisión; es decir, todos los sectores políticos (Tirios y Troyanos) han seguido por mucho tiempo el guión escrito en Miraflores.

También este esquema sirve para que, en caso de que sectores adversos al oficialismo pongan de manifiesto un escándalo de corrupción  o de mala gestión, el mismo sea metabolizado con tal rapidez que a lo pocos días ya nadie comenta lo que pasó. Últimamente, cuando se presentaba un caso grave, de inmediato salía una noticia de un tratamiento o de algo referido a la salud del Presidente, para que hasta el centenar de contenedores  de alimentos podridos en Puerto Cabello, desapareciera de la prensa y demás medios de comunicación.

Esto sólo puede entenderse desde un perspectiva psicótica, porque un gobierno que con los recursos que ha manejado éste y con la capacidad organizativa y comunicacional que ha demostrado, si se hubiera dedicado a resolver los problemas de la gente, ningún sector adverso tendría el más mínimo chance de acceder nuevamente al poder. Sólo una ambición de poder enferma y deformada por una fe ciega en una ideología, que al igual que otras ha demostrado con demasiadas evidencias su fracaso, liderada por una mente amoral (muy distinto que inmoral, porque el inmoral sabe que está obrando mal), lo puede explicar.

Espero que mis críticos lectores hayan quedado algo satisfechos con la ampliación del tema de la  Gestión Ontológica del Oficialismo,  y así podamos continuar con el análisis de los demás factores políticos del país.