domingo, 20 de diciembre de 2020

Dios es Amor.

Esta oración la hemos escuchado muchas veces a lo largo de nuestras vidas y a pesar de esto podemos seguir meditando su alcance.

Como cristianos podemos encontrar en Jesucristo algunas pistas para elaborar algunas interpretaciones. En su infancia vivió en Egipto y muy probablemente aprendió a hablar griego (la lengua del comercio). Esto lo puso en contacto con comunidades judías en el extranjero.

También hay que considerar que, a partir del año uno de esta era, surge en Israel el fenómeno de la Cábala o misticismo Judío. No resulta extraño por el tema de la ruta de la seda, por la cual no solo circulaban telas y especias, sino también ideas y tendencias. Esto nos puede llevar a reforzar las opiniones que señalan que los años ocultos de Jesús los pasó en Asia. Aunque esta tesis tiene las dificultades propias de todos los sucesos antiguos, pero un rasgo muy importante en el cristianismo es que es claramente una doctrina oriental, que se aleja grandemente del judaísmo y de las religiones occidentales de la época, tanto que, Jesucristo declaró que el viejo pacto con el Dios castigador y severo sería sustituido por el nuevo pacto, a partir de la redención de los pecados del mundo mediante la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

Esta declaración no fue una simple formalidad, porque Jesucristo instituyó una ley para el mundo, que tenía dos elementos fundamentales: primero que su doctrina podía ser definida por un nuevo, y en mi criterio, un único mandamiento: 1.- “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como así mismo.” 2.- Que Dios nos es solo de Israel, sino es el Dios Grande y Misericordioso de toda la humanidad. Un doctrina cuyo pecados son el odio , el desamor y. la omisión del perdón.

Aquí se presentan dos temas: Jesucristo no creó una religión y mucho menos una religión que sustituyera la religión judía, puesto que el aspecto determinante de una religión es la dogmática y solo creo su iglesia, es decir, Iglesia de Cristo, que no es equivalente a Religión Cristiana (en un término muy amplio de la palabra). Probablemente, Jesucristo, parafraseando a Carl Jung, podría alegar que él no es cristiano.

Las religiones tienen un elemento excluyente: Todos creen que su religión es la única y la verdadera y a partir de ese concepto, viene el odio y las guerras. Las religiones son un fenómeno humano y por tanto imperfecto. Cuando la religión se aleje del amor, quedémonos con el amor.

Cuando leemos sobre la vida de Jesús, él interactuaba con los Fariseos, con los Saduceos, con los Samaritanos, probablemente con los Esenios, con los Romanos y su mensaje trascendía cualquier división. Los Samaritanos que eran considerados herejes por los Fariseos y odiados por eso, debido a sus particulares interpretaciones de la religión de Moisés, nunca fueron cuestionados por Jesús ni rechazados por sus interpretaciones de la Ley. Sus discípulos podían ser tan despreciables como Mateo, o invadida por siete demonios como María Magdalena, o tan racionalista como Tomás, o traidor como Pedro, con lo cual acogía a todos, a pesar de sus defectos o pecados, y a pesar de eso, logrando todos la santidad. Usó la parábola del buen samaritano para establecer que en todo ser humano existe la bondad y el amor y que éste se superpone hasta la devoción específica a Dios (se ama primero al prójimo antes de la devoción a Dios, o ¿haciéndolo se cumple con la devoción a Dios?). Sanó a los gentiles y llegó a decirle a sus apóstoles que los publicanos le llevaban ventaja.

Luego de Pentecostés: ¿Qué sucede? 

La expansión de mensaje de Cristo se ve afectado por dos temas: 1.- La limitación que generaba el liderazgo de los Apóstoles y la necesidad de una persona tenaz que resultó ser Pablo de Tarso, mezcla de radical y ciudadano romano. 2.- La evolución del cristianismo de una religión oriental a una occidental que logró cautivar a los gentiles, que se logra efectivamente con la “conversión”  al cristianismo del emperador Constantino.

Aquí volvemos, cuando Jesús habla de su reino dice que no es de este mundo y como dijo Santo Tomás: ese reino está dentro de todos nosotros; entonces: ¿Cuál es nuestro camino?

Es claramente hacia adentro, en busca de crecer en el amor y esto se incrementa cuando nos acercamos cada vez más al reino de Dios. Pero el mandamiento fundamental es amar a Dios, que resulta ser un amor de ida y vuelta, nos exige amar al prójimo como a nosotros mismos (este también es un deber), en otras palabras, amar a Dios, amar al prójimo y a nosotros mismos es un acto único y completo, una expresión trinitaria del amor. La falta de uno, especialmente el amor al prójimo, hace nugatorio los demás. Esto que suena a herejía lo leo cuando Jesús nos dice: “No hagan lo que digo, sino lo que hago” y cuando dice: “Lo que hagan con alguno de mis hijos los hacen conmigo”. 

Esto me lleva a que el que ama a su prójimo, se ama así mismo y a la vez ama a Dios, aunque no crea en Dios. El que hace lo que hizo Jesucristo se apega: “al camino, a la verdad y a la vida” y por tanto cree en Jesucristo y tendrá vida eterna, aunque no lo reconozca.

Por eso el acto más noble y poderoso de Jesús fue morir por todos nosotros y con eso se amó así mismo, al no ceder a las tentaciones del demonio y amó al Padre cumpliendo su voluntad.

Aquí nos encontramos con un dilema: ¿Cuál es la Iglesia de Cristo?

Tenemos una iglesia mundana con una suerte de Presidente que maneja un Estado desde la política, con manejo de varias ramas del poder público y financiero, por una parte y por la otra una estructura dedicada a la difusión del Evangelio, la realización de los Sacramentos y para la labor social y educativa en el mundo.

¿Cómo se compaginan estos dos mundos, el del Cesar y el de Dios y cual de ellos se impone y cómo resolver los conflictos?

Por otra parte, la Iglesia de Cristo no tiene dueños, “es el Cuerpo Místico de Cristo” donde todos los que hacemos el esfuerzo, aun siendo pecadores, seguimos en esa vida guiada por el amor; nos reencontramos, en lo personal con la fe, y que a partir de allí, con el prójimo y con la comunidad cristiana.  La iglesia en la tierra necesita que su feligresía sea activa y participativa, no solo receptiva, e inseparable de la comunidad. Lo humano tiene defectos y requiere de todos nosotros. 

En esta Navidad debemos reflexionar sobre nuestra responsabilidad como seres amorosos y hasta qué punto nos engañamos cuando escurrimos nuestros deberes con nuestros seres queridos y con la colectividad, enfocándonos más en los derechos que nos corresponden. Pensar si estamos siendo cautivados por la cultura del descarte, en la cual, desechamos y destruimos cosas y la creación  de manera negligente y cuando nos engañamos y confundimos asesinato con el “derecho de propiedad de nuestro propio cuerpo”, con el aborto, cuando ninguna persona tiene el derecho de propiedad sobre sus hijos, ni poder de vida y muerte, que es la base de una civilización basada en el amor; ser indiferentes ante las carencias de los que están cerca de nosotros; cuando confundimos la libertad al omitir las medidas preventivas de la pandemia de Covid 19 y colaboramos para el contagio y la muerte de pacientes y de personal sanitario  que sacrifican sus vidas por el bien común. 

Que la venida del Niño Dios nos cautive con su amor y nos permita ver el rostro de Dios en cada persona que encontremos y que a pesar de sus defectos, agradezcamos y exaltemos sus virtudes y sus potencialidades, sin detenernos ante los prejuicios y diferencias que tengamos, en fin, amarlos por lo que son y no por lo que creemos que deben ser, que nuestras buenas acciones no nos envanezcan sino que inspiren el amor y que “Seamos luz del Mundo y Sal de la Tierra”.

Feliz Navidad para todos.