sábado, 11 de febrero de 2012

El Diálogo: La Importancia de la Discusión de las Ideas:


El diálogo salvó a Euro.

La comunicación ha adquirido modernamente una gran importancia en todos los contextos, partiendo de aquella que resulta necesaria para relacionarnos con otra persona, pasando por  la familia, el trabajo, la sociedad,  la política, hasta el ámbito planetario en el que navegamos hoy en día.

La sociedad moderna es cada vez menos vertical y evoluciona hacia estructuras y relaciones “más planas”, esto exige una manera distinta de comunicación.

Las figuras autoritarias en la familia, las empresas y  la política han entrado en una crisis de poder creciente, aunque existen países y sociedades que se resisten a cambiar, con el agravante de que en casi la mitad del planeta se pretende conservar poderes absolutos sobre las mujeres a niveles que deben considerarse como una violación de sus derechos humanos fundamentales.

Todo los que está pasando hoy en día en el mundo, tiene que ver mucho con un desafío a la autoridad establecida, en busca de un nuevo pacto social que persiga una mayor democracia, participación, transparencia y una exigencia de los ciudadanos de ser escuchados por las instancias de poder.

Esta exigencia ha crecido a tal velocidad que los jefes de los países y de las empresas no han caído en cuenta que se está abriendo una era en que la manera de comunicarnos y relacionarnos va a ser totalmente distinta a la que estamos acostumbrados.

Esto nos lleva a insistir en la necesidad del diálogo como única forma de convenir las nuevas reglas de juego en nuestra sociedad planetaria y para ser efectivos debemos cuestionar nuestro paradigma de poder, tener la voluntad de buscar los consensos necesarios y disponer de las herramientas comunicacionales adecuadas.

Nuestro paradigma del poder afecta peligrosamente este cometido porque el que ostenta el poder o la autoridad formal, está acostumbrado a mandar y que los otros obedezcan.  En este grupo vemos los que no toleran una protesta y se dedican a  oprimirlas, los cínicos quienes se burlan de la voluntad popular en las elecciones, o los que recientemente han cometido todo tipo de delitos de lesa humanidad para sostenerse en el poder, y las novedosas dictaduras electorales.

¿Que hacer con  las iglesias vacías y
las pocas ordenaciones sacerdotales?
Pero esta misma actitud la vemos en los capitanes de las empresas y en todo tipo de organizaciones políticas y sociales. En nuestro criterio una de las crisis más grave la están sufriendo las organizaciones religiosas. Este asunto pone sobre la mesa la necesidad urgente de convocar un concilio en  la iglesia Católica Romana, tal y como lo aconsejó el teólogo suizo Hans Küng.  El reto en estos casos es el más complejo, porque las instituciones religiosas son las más tradicionalistas y jerarquizadas del planeta, solo comparables a las estructuras de los órganos administrativos de los Estados, que además de todo, son gravemente ineficientes. Ahora el Papa Francisco está dando señales de cambio muy interesantes.

En estas instituciones el lastre del paradigma del poder está incrustado en todos sus niveles. Entonces: ¿Cómo pueden, estas instituciones que tienen miles de años viviendo bajo el mismo paradigma, generar un cambio desde adentro con personas programadas para mandar y obedecer?

Tendrán que entrar en una crisis tan profunda y grave que se vean obligadas a cambiar. Mi deseo es que no esperen a que la crisis se agrave.

El otro aspecto que es indispensable, para que el diálogo sea efectivo, es el tema de disponer de una escucha activa, es decir, que tengamos una actitud abierta a lo que los demás digan o argumenten. 

Normalmente estamos acostumbrados, a creer que siempre tenemos la razón y ese convencimiento nos lleva a rechazar de entrada todo argumento en contrario, a levantar la voz cada vez más para imponer nuestro criterio y apagar el grito del otro. Si la otra persona es tan testaruda como nosotros, entonces se produce lo que se ha dado en llamar: Un diálogo de sordos.  

Sordera como paradigma.
Ya hemos comentado en estradas anteriores el tema de la falta de escucha en los políticos, quienes además hacen gala de una de las estrategias más nocivas para enfrentar los argumentos y opiniones, que nos son lisonjeras o de algún modo favorables a lo que su única e inmensa sabiduría les señala, me refiero al uso de los “argumenta ad hominem” o argumentos sobre la personas. Esta técnica se utiliza como mecanismo para defenderse del planteamiento o reclamo de otra persona, eludiendo contra argumentar, procediendo a descalificar a esa persona solamente. Un ejemplo típico de esta conducta se ve mucho en las discusiones de parlamentarios o cuando un periodista hace un cuestionamiento a un funcionario de gobierno, por ejemplo, acerca del resultado de su gestión, a lo que contesta que esta persona tiene motivos oscuros, es enemigo del país, es corrupto o es un ignorante del tema. Como vemos no responde un argumento con otro, ni usa afirmaciones referidas a hechos que sean comprobables en la realidad. En fin resuelve el asunto colgando una etiqueta a la persona que lo cuestiona.

Esto no excluye a los que no somos políticos del uso de esta técnica, porque, sin razón o con ella, no damos crédito o dejamos de escuchar lo que una persona dice, si tenemos un juicio descalificativo previo o un prejuicio en contra de ella.  No decimos que debamos abstenernos de tener o emitir juicios negativos de una persona, si ellos están bien fundamentados con hechos que sean comprobables, pero aún así, debemos tener la apertura intelectual de escuchar lo que esa persona tenga que decir.

Cuando anteponemos un prejuicio o colocamos una etiqueta como excusa para dejar de escuchar a otra persona, estamos privando a esa persona de su dignidad como ser humano, de su derecho y legitimidad a pensar y actuar de manera distinta, irrespetando el derecho al ejercicio de su libertad, entendiendo este ejercicio, dentro del marco de las normas legales y de convivencia que se requieren en una sociedad civilizada.

Pero este asunto no es tan simple porque requerimos identificar la emocionalidad implantada en nosotros, esa que no es pasajera o circunstancial, sino que es característica de nuestra persona y que se manifiesta en lo que decimos y como lo decimos y en nuestras acciones y que algunos han dando en llamar Estados Emocionales.

Si nuestro estado emocional está contaminado por el rencor o el resentimiento, nuestra visión de la realidad está anclada en el pasado, en un pasado en donde fuimos heridos o despreciados y que en el presente, atribuimos a esos agravios, la causa de nuestra situación actual o de la imposibilidad del logro de un anhelo, etc. Ese rencor busca la reivindicación a través de la venganza, la retaliación y define una personalidad que lleva a esta persona a no asumir responsabilidad por lo que hace o deja de hacer, porque siempre  encuentra en ese pasado negativo o en las demás personas o circunstancias del presente la causa o la justificación de su actuar y culpa a ese pasado o a esas personas de todo, incluso de sus propios actos. Esto es lo que se ha dado en llamar el locus de control externo, del que hemos hablado en otras oportunidades.

Esta persona no es capaz de construir un futuro, sino de destruir todo lo que su poder y autoridad le permita, además, se convence de que su versión es una verdad absoluta, con lo cual la escucha resulta muy difícil, si no, imposible.

Líderes sordos y ciegos como Mr. Magoo.
Lo curioso de este tipo de personas es que si por casualidad tienen una deficiencia auditiva, esta carencia o discapacidad no les preocupa mucho y como sordos tienden a hablar duro para que los demás escuchen solo lo que ellas quieren decir.

En alguna medida las personas revestidas de poder o autoridad tienen este tipo de actitudes. Como su condición de jefe les permite imponer la pauta en toda reunión o circunstancia, invaden el espacio con su idea y su visión de las cosas, sin molestarse en preguntar  nada a los demás. Como la gente que los rodea conocen al personaje, normalmente no se atreven a decir nada que contradiga al jefe. Si lo hace, es severamente contraatacado, el jefe pierde la cabeza indignado ante tanta insolencia, con lo cual no solo envía un claro mensaje al audaz confrontador, sino a todos los demás. En estos ambientes autocráticos se genera un vicio que ha sido llamado “obviedad”.  En este caso hablamos de líderes autocráticos, sin que esto implique que todos los líderes lleguen a estos extremos.

La obviedad consiste en asumir que los demás piensan como nosotros. Que la idea, opinión o juicio que tenemos es tan evidente que los demás piensan de la misma manera y por tal razón omitimos preguntar o indagar si hay una opinión divergente o complementaria.  En estos ambientes sucede que el jefe interpreta que el silencio tiene un significado afirmativo, de aceptación de todo lo que él ha planteado, cuando en la realidad puede existir un disenso no expresado.

Un equipo debe perseguir un objetivo común:
 ¿Cual es el objetivo de tu equipo?
El otro día, en una reunión de un equipo de trabajo al que estaba apoyando, le hice la siguiente pregunta: ¿Cuál es el objetivo de este equipo?  Inmediatamente el líder hizo una exposición sobre su opinión, pero esto no quedó así; inmediatamente otros miembros del equipo dieron la suya: unos identificaron los objetivos del equipo con los de la empresa, otros se fueron a la visión y misión de la empresa y otros hasta metieron a Jesucristo en el asunto. Lo que si era evidente es que nunca habían conversado del tema y por ende, convenido el objetivo fundamental de ese equipo.  

Imagino que el lector ha recordado personas o situaciones en que ha visto estos comportamientos, caso en el cual debe verse como parte del equipo y si su respuesta es de silencio ante una situación, decisión u opinión, que no comparte, debe preguntarse: ¿Qué emoción me produce ese silencio? ¿Qué puedo hacer para recobrar mi voz dentro del equipo?

También debe reflexionar acerca de su actitud y comportamiento cuando tiene una posición de autoridad o poder, sea en su familia, en su condominio, etc. y si abre espacios para la conversación o la escucha e incluso para preguntar o indagar la opinión de los demás, así parezca que están de acuerdo y con esto evitar la obviedad.

Estos vicios son comunes en nosotros, pero son más evidentes en situaciones de poder político y con más graves consecuencias. Creo que el problema de circunscribe a que tenemos un paradigma que en la mayoría de los caso resulta falso y que se resumen en la expresión: "el que calla otorga".

La experiencia me ha demostrado que las personas quieren evadir el conflicto, temor a errar si sostienen una posición adversa o simplemente pocas ganas de dar la batalla, antes de expresar el disenso.

Recientemente me toca liderar equipos de personas o dictar talleres en lo cuales emito opiniones y afirmaciones que normalmente no son cuestionadas; en esa situación busco expresiones faciales que puedan mostrar malestar o duda, caso en cual, tomo la iniciativa de hacerle alguna pregunta a esa persona, que entre otras, son: ¿Qué te disgusta de lo que acabo de decir?¿Tienes alguna duda acerca de lo que he expresado? ¿Cómo te sientes con relación a lo que acabo de decir?

Entonces esta necesidad de diálogo que tiene el mundo moderno debe comenzar por evaluarnos como conversadores y escuchadores competentes y hábiles, porque de otra forma lo que le espera a esta nueva sociedad planetaria es el caos y la anarquía y no podemos quedarnos callados para así impedir que nuestro silencio sea interpretado por el o los autócratas como una señal de apoyo a sus atropellos y abusos.

Debemos estar alerta para identificar a los políticos que incurren en este tipo de vicios, porque éstos no serán los más capaces para resolver los problemas de los pueblos. La complejidad del mundo moderno hace imposible que una persona tenga todas las respuestas. El líder competente debe promover la discusión de la ideas, mediante un diálogo fructífero, en donde se consulte a muchas personas y se logren los consensos que sean necesarios.
Quien no vota permite que otros decidan por el.

El ciudadano se debe expresar de muchas formas, protestando, dialogando, con una escucha activa y efectiva y no perdiendo nunca la oportunidad de votar en las elecciones, cuando todavía exista este medio de expresar una opinión.

En manos del ciudadano está el marcar la pauta de los tiempos que estamos viviendo.