miércoles, 27 de octubre de 2010

La Generosidad y El Agradecimiento:


“No seas generoso, si no eres capaz de soportar la ingratitud.”

Muchas veces ha pasado por mi mente que la vida pierde su sentido de ser, si no soy capaz de vivirla en beneficio de otros. Esto no priva que también me ocupo de mí mismo.

Es und eber vivir y actuar conforme a nuestros talentos y carismas para prodigar beneficios a los que nos ordenan sean personas cercanas o distantes.

La verdadera generosidad constituye una liberalidad que otorgamos a otra persona sin esperar ninguna recompensa. En esto de la generosidad tenemos que ser cuidadosos, en el sentido de analizar si nuestra generosidad está dirigida a proteger un interés y no constituye un acto desinteresado, viendo la sombra de nuestros actos o su verdadera intención.

Normalmente las personas que son beneficiarias de la generosidad no tienen la posibilidad de agradecer el gesto o hacerlo en la misma magnitud.

Tampoco tiene mucho mérito ser generoso con los que no lo necesitan; muchas veces se hace por interés.
En una oportunidad me encontré a una persona que tenía poco tiempo de conocerla, en una carretera en plena oscuridad con el vehículo accidentado, pudimos ponerlo a resguardo y lo llevé hasta su casa. Esta persona estaba impresionada por lo que había hecho por ella; cuando nos despedimos me dijo: “¿Qué puedo hacer para agradecerte lo que hicistes por mí? Y yo le contesté: “Muy fácil, ayudando a un desconocido que requiera una ayuda de ti”.

Esta anécdota mi hizo recordar de la película "Pay it Forward",escrita por Jim Beaver, en la que un niño hace un proyecto para su clase de sociales, que consiste en ayudar a 3 personas con el compromiso que el agradecimiento se llevare a cabo mediante la ayuda, por parte del beneficario, a otras 3 personas, quienes a su vez asumirían el mismo compromiso de ayudar a otras 3 y así sucesivamente. Este es un proyecto que no tiene nada de disparatado y que su viabilidad es realmente posible.

La persona generosa es fácil de identificar porque lo es por convicción, manifiesta su generosidad con mucha gente e incluso actúa sin ser evidente, aplicando ese principio que estableció Jesús que decía: “Que tu mano derecha no sepa que hace tu mano izquierda”, porque de lo contrario la generosidad se estaría usando para alimentar la vanidad (fariseismo), con el inconveniente de que la persona beneficiada puede sentirse humillada por el acto de generosidad; y por último, no esperar la gratitud.

La generosidad no está solo en el dar sino también en el acto de entrega a la otra persona. Pienso que toda persona debería dedicar parte de su tiempo semanal a realizar una labor en favor de otros (personas que no pertenezcan a nuestro entorno inmediato), visitar a enfermos, acompañar y escuchar a la persona que lo requieren y que no se haga por un beneficio económico o de otra índole. En este sentido siempre me acuerdo de pregunta que se hacía así mismo José Gregorio Hernández que decía: “¿Soy generoso por caridad o por vanidad?.

En la vida diaria podemos ver la escasa disposición para colaborar en labores “ad honorem” , porque todo lo que hacemos no debe ser por nuestro propio interés y de nuestro allegados. Este rasgo de solidaridad, que tienen muchas personas, nos hace falta para desarrollar valores ciudadanos que son esenciales para la mejora de la convivencia social.

He conocido varias casos de personas que han vivido situaciones muy difíciles y las personas más cercanas no le dieron el apoyo que requerían; en cambio si lo recibían de las personas más insólitas e inesperadas. A esas personas suelo llamarlas ángeles, porque aparecen justo en el momento requerido y luego pueden que se vayan y no las vuelvas a ver.

Impresiona mucho cuando suceden tragedias de gran magnitud, como la gente en general colabora con las personas afectadas y la cantidad de personas que se aprestan para los rescates y ayuda médica.

La contrapartida de la generosidad es la gratitud. Aunque la persona verdaderamente generosa no debería esperar la gratitud del beneficiado, le causa satisfacción y alegría y la anima a seguir adelante.

La gratitud tenemos que practicarla a diario porque todos los días recibimos bendiciones, sonrisas, manifestaciones de cariño y el disfrute de todas las bellezas que nos rodean.

Por eso deberíamos hacer una lista de todas las bendiciones recibidas a lo largo de la vida y de los logros que obtenidos por nuestro esfuerzo y dar gracias a Dios por la vida y salud que disponemos y las personas que han sido nuestros compañeros de viaje hasta ahora (la lista no puede ser menor de 50 “items”). El agradecimiento es una manifestación natural de una persona humilde, que reconoce el don o la bendición que ha recibido. El que se siente con derecho a todo, jamás será agradecido.

La gratitud es una característica inherente a una persona bondadosa y constituye la mejor y posiblemente la más resaltante característica de élla, porque esta cualidad suele ser muy escasa.

Por de pronto estoy muy agradecido con todas las personas que me han apoyado a lo largo de mi vida y a Dios por todas las bendiciones recibidas.

3 comentarios:

  1. Este tema de las virtudes hermanas de la generosidad y la gratitud es muy importante; son ellas los rasgos distintivos de las personas más evolucionadas. Como pones, se trata de virtudes de la gente bondadosa, y si en algunas es una convicción, esto es, una postura racional que emana del intelecto, muchas veces son automáticas, naturalidad pura.
    Permite que ponga acá unos fragmentos algo de un estudio (El rojo y el negro), de Charles Sanders Peirce (1839-1914), quien extrae conclusiones sorprendentes de la noción de probabilidad. Creo que viene al caso:
    "La misma cosa es verdad en todas partes: todos los asuntos humanos descansan sobre probabilidades. Si el hombre fuese inmortal podría estar perfectamente seguro de ver el día cuando todo aquello en lo que había confiado traicione su confianza, cuando, en síntesis, termine en algún momento en desesperada miseria. Ese hombre se rompería, al final, como toda gran fortuna, como toda dinastía, como toda civilización lo hace. En lugar de esto tenemos la muerte.
    Pero lo que sin la muerte ocurriría a todos los hombres, con la muerte debe suceder a alguno. Al mismo tiempo, la muerte hace que la cantidad de nuestros riesgos, de nuestras inferencias, sea un número finito, lo que hace que su resultado promedio sea incierto. La propia idea de probabilidad y del razonamiento descansa en el supuesto de que esta cantidad es indefinidamente grande. Nos encontramos pues en la misma dificultad que antes, y no alcanzo a ver sino una solución. Me parece que estamos impulsados a ella: esa lógica requiere inexorablemente que nuestros intereses no sean limitados. No deben detenerse en nuestro propio destino, sino que deben abrazar a la comunidad entera. Esta comunidad, una vez más, no debe estar limitada, sino que debe extenderse a todas las razas de seres con los que podamos entrar en relación intelectual inmediata o mediata. Esta comunidad llega, no importa cuán vagamente, más allá de esta época, más allá de todo límite. Aquel que no sacrifique su propia alma para salvar a todo el mundo es, me parece colectivamente ilógico en todas sus inferencias. La lógica hinca sus raíces en el principio social.
    ........
    Pero todo esto requiere concebir la identificación de los intereses de uno con los de una comunidad ilimitada. Ahora bien, no existen razones, y una discusión ulterior mostraría que no puede haberlas, para creer que la raza humana existirá por siempre. Por otra parte, tampoco puede haberlas en contrario y, afortunadamente, como el único requisito es que tengamos ciertos sentimientos, no hay nada en los hechos que nos prohíba sostener una esperanza, o un sereno y alegre deseo de que la comunidad pueda durar más allá de cualquier fecha predeterminada.
    Puede parecer extraño que yo proponga estos tres sentimientos, es decir, el interés por una comunidad indefinida, el reconocimiento de la posibilidad de que tal interés sea hecho supremo, y la esperanza en la continuación ilimitada de la actividad intelectual, como requisitos indispensables de la lógica. Sin embargo, cuando tomamos en cuenta que la lógica depende de una mera lucha por escapar a la duda, la que, dado que termina en acción debe comenzar en emoción, y que, aun más, el único motivo para plantarnos sobre la razón es que los otros métodos para escapar de la duda fracasan en lo tocante al impulso social ¿por qué debiéramos maravillarnos de encontrar el sentimiento social prefigurado en el raciocinio? Por lo que toca a los otros dos sentimientos que estimo necesarios, sólo lo son como apoyos y accesorios de lo anterior. Llama mi atención percatarme de que estos tres sentimientos parecen ser lo mismo que ese famoso trío de la caridad, la fe y la esperanza que, en la estimación de San Pablo, son los más finos y grandes entre los dones espirituales. Ni el Viejo ni el Nuevo Testamento son textos de lógica de la ciencia, pero el segundo es ciertamente la autoridad más alta que existe sobre las disposiciones de corazón que un hombre debiera tener".

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  2. De Charles Sanders Peirce (1839-1914), quien extrae conclusiones sorprendentes de la noción de probabilidad. Creo que viene al caso:

    "La misma cosa es verdad en todas partes: todos los asuntos humanos descansan sobre probabilidades. Si el hombre fuese inmortal podría estar perfectamente seguro de ver el día cuando todo aquello en lo que había confiado traicione su confianza, cuando, en síntesis, termine en algún momento en desesperada miseria. Ese hombre se rompería, al final, como toda gran fortuna, como toda dinastía, como toda civilización lo hace. En lugar de esto tenemos la muerte.

    Pero lo que sin la muerte ocurriría a todos los hombres, con la muerte debe suceder a alguno. Al mismo tiempo, la muerte hace que la cantidad de nuestros riesgos, de nuestras inferencias, sea un número finito, lo que hace que su resultado promedio sea incierto. La propia idea de probabilidad y del razonamiento descansa en el supuesto de que esta cantidad es indefinidamente grande. Nos encontramos pues en la misma dificultad que antes, y no alcanzo a ver sino una solución. Me parece que estamos impulsados a ella: esa lógica requiere inexorablemente que nuestros intereses no sean limitados. No deben detenerse en nuestro propio destino, sino que deben abrazar a la comunidad entera. Esta comunidad, una vez más, no debe estar limitada, sino que debe extenderse a todas las razas de seres con los que podamos entrar en relación intelectual inmediata o mediata. Esta comunidad llega, no importa cuán vagamente, más allá de esta época, más allá de todo límite. Aquel que no sacrifique su propia alma para salvar a todo el mundo es, me parece, colectivamente ilógico en todas sus inferencias. La lógica hinca sus raíces en el principio social.

    Pero todo esto requiere concebir la identificación de los intereses de uno con los de una comunidad ilimitada. Ahora bien, no existen razones, y una discusión ulterior mostraría que no puede haberlas, para creer que la raza humana existirá por siempre. Por otra parte, tampoco puede haberlas en contrario y, afortunadamente, como el único requisito es que tengamos ciertos sentimientos, no hay nada en los hechos que nos prohíba sostener una esperanza, o un sereno y alegre deseo de que la comunidad pueda durar más allá de cualquier fecha predeterminada.
    Puede parecer extraño que yo proponga estos tres sentimientos, es decir, el interés por una comunidad indefinida, el reconocimiento de la posibilidad de que tal interés sea hecho supremo, y la esperanza en la continuación ilimitada de la actividad intelectual, como requisitos indispensables de la lógica... Llama mi atención percatarme de que estos tres sentimientos parecen ser lo mismo que ese famoso trío de la caridad, la fe y la esperanza que, en la estimación de San Pablo, son los más finos y grandes entre los dones espirituales. Ni el Viejo ni el Nuevo Testamento son textos de lógica de la ciencia, pero el segundo es ciertamente la autoridad más alta que existe sobre las disposiciones de corazón que un hombre debiera tener".

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  3. He aquí algunos fragmentos del ensayo El rojo y el negro, de Charles Sanders Peirce, que creo permanentes al gran tema de la generosidad (y la gratitud). Tú has dicho: "...incluyo no sólo a los que me son cercanos de alguna forma, sino también personas con mayor distancia", y Pierce te apoya. A partir de una disquisición sobre probabilidades, predica la solidaridad con todo el mundo:
    "La misma cosa es verdad en todas partes: todos los asuntos humanos descansan sobre probabilidades. Si el hombre fuese inmortal podría estar perfectamente seguro de ver el día cuando todo aquello en lo que había confiado traicione su confianza, cuando, en síntesis, termine en algún momento en desesperada miseria. Ese hombre se rompería, al final, como toda gran fortuna, como toda dinastía, como toda civilización lo hace. En lugar de esto tenemos la muerte.
    Pero lo que sin la muerte ocurriría a todos los hombres, con la muerte debe suceder a alguno. Al mismo tiempo, la muerte hace que la cantidad de nuestros riesgos, de nuestras inferencias, sea un número finito, lo que hace que su resultado promedio sea incierto. La propia idea de probabilidad y del razonamiento descansa en el supuesto de que esta cantidad es indefinidamente grande. Nos encontramos pues en la misma dificultad que antes, y no alcanzo a ver sino una solución. Me parece que estamos impulsados a ella: esa lógica requiere inexorablemente que nuestros intereses no sean limitados. No deben detenerse en nuestro propio destino, sino que deben abrazar a la comunidad entera. Esta comunidad, una vez más, no debe estar limitada, sino que debe extenderse a todas las razas de seres con los que podamos entrar en relación intelectual inmediata o mediata. Esta comunidad llega, no importa cuán vagamente, más allá de esta época, más allá de todo límite. Aquel que no sacrifique su propia alma para salvar a todo el mundo es, me parece, ilógico en todas sus inferencias, colectivamente. La lógica hinca sus raíces en el principio social.
    ........
    Puede parecer extraño que yo proponga estos tres sentimientos, es decir, el interés por una comunidad indefinida, el reconocimiento de la posibilidad de que tal interés sea hecho supremo, y la esperanza en la continuación ilimitada de la actividad intelectual, como requisitos indispensables de la lógica. Sin embargo, cuando tomamos en cuenta que la lógica depende de una mera lucha por escapar a la duda, la que, dado que termina en acción debe comenzar en emoción, y que, aun más, el único motivo para plantarnos sobre la razón es que los otros métodos para escapar de la duda fracasan en lo tocante al impulso social ¿por qué debiéramos maravillarnos de encontrar el sentimiento social prefigurado en el raciocinio?"

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