miércoles, 13 de octubre de 2010

La Felicidad vs. La Ira


La ira es una de las emociones primigenias del ser humano y que le ayudó a lo largo de la historia a sobrevivir, al permitirle poner de manifiesto el máximo de violencia que podía desatar para su defensa y de lo que consideraba más preciado.

Es tan antigua que en los primeros pasajes de la biblia, los celos y la envidia de Caín lo llevan a desatar la ira y a asesinar a su propio hermano Abel.

Esta violencia que despliega un ataque de ira no sólo se manifiesta físicamente sino también verbalmente y casi siempre lo hace de manera descontrolada y con resultados que exceden normalmente al estímulo que la ha provocado.

Entendiendo pues, que ese monstruo que llevamos por dentro, es necesario para situaciones extremas, debemos mantenerlo con una cuerda muy corta y con bozal incluido para las demás ocasiones.

Si no le ponemos control, generalmente nos vamos a arrepentir de lo que hicimos o dijimos y posiblemente no logremos ningún objetivo deseable con nuestra actitud. Podemos incluso romper relaciones válidas para nuestras vidas al no poder deshacer lo sucedido ni recoger las palabras dichas. Como dijo Miguel de Unamuno a una horda franquista que quería lincharlo en la Universidad de Salamanca: “Venceréis, pero no convenceréis”. En el caso de que tengas la razón de tu parte no debes olvidar: La razón se convierte en sin razón debido a la violencia (“La violencia es el arma de los que no tienen razón”, esto no es solo un dicho, es un prejuicio en muchos casos cierto).

Evidentemente, las dinámicas que nos tocan vivir en el mundo moderno son muy distintas a las de la antigüedad, salvo que vivamos en ambientes con altos niveles de violencia.

Hay autores que señalan que la ira (o la cólera) se puede desatar cuando existen entre la persona ofensora y la ofendida una relación autoridad-subordinación, lo cual es cierto; más te ofende lo que pueda decir de ti el maestro o un padre que un hermano o un compañero de clases.

Sin embargo, estamos más dados a verlo desde un punto de vista de una relación de poder. Si bien es cierto que en el contexto de una relación de autoridad –subordinación se puede generar una ofensa particularmente hiriente (cuando es de abajo hacia arriba puede ser considerado como una insolencia), en realidad lo que resulta necesario es que el ofendido ponga en manos del ofensor el poder para causarle daño, sin importar la ubicación relativa de uno u otro.

Tengo una frase que uso en este sentido: “No nos ofende quien quiere, sino quien puede”.

Entonces, para que haya la ofensa debe el ofendido haberle conferido el poder o la autoridad al ofensor para hacerlo, no es una autoridad o poder formal, necesariamente.

Esto no se resuelve desconociéndole autoridad a nadie, porque los seres humanos requerimos, para formar nuestra propia personalidad, de referentes morales, intelectuales, y de esfuerzo o empeño y que los mismos tengan cierta validez y permanencia en el tiempo, sin que esto implique que seamos incapaces de verlos como seres humanos imperfectos, pero positivamente balanceados. Cuando hablo de los referentes no los califico de negativos o positivos, porque seguimos a los que percibimos positivos, aunque en opinión de otros sean de signo contrario.

En talleres suelo preguntar a los asistentes, en cuanto a este asunto, lo siguiente: ¿Cuál es la respuesta que ustedes le dan a una persona desconocida totalmente ebria que los insulta? Si el insulto es capaz de molestarlos, están en graves problemas, porque están entregando poder a alguien que no tiene ninguna relación con ustedes y sus palabras carecen de toda trascendencia.

La dificultad está cuando las personas que nos increpan están muy cerca de nosotros o constituyen lo que he dado en llamar parte de nuestras relaciones obligatorias o necesarias (como las que se generan en virtud del trabajo, las de los amigos o las de familia). Aquí se complican las cosas. Pero este reto nos exige manejar herramientas de comunicación y de escucha activa que nos pueden ayudar a manejar incluso reclamos de cierta gravedad y ser efectivos.

Para el logro del objetivo se requiere tener el control de la situación.

El tema de control puede ser percibido como una neurosis, es decir, una obsesión de controlar todo lo que pasa, a todas las personas o lo que vamos a enfrentar en el futuro.

El control a que hago referencia es el que ejercemos sobre nosotros mismos. La forma más fácil de hacerlo es así: si alguien nos ofende de alguna forma, debemos de inmediato evaluarnos e identificar el surgimiento de la rabia (esto requiere disciplina y entrenamiento); si estamos en esa situación debemos quedarnos callados y si es necesario, retirarnos del sitio. En todo caso expresar algo así: “Hoy no voy a hablar del tema, mañana si”.

Este espacio que abres es para retomar el control sobre ti mismo y prepararte para la respuesta que vas a dar. Tengo otro consejo y es el siguiente: “Mientras más grosero es el estímulo, más delicada y educada debe ser la respuesta.”

También hay que ser un buen observador de la otra persona. Si estamos en control pero vemos que la otra persona no lo está, también debemos diferir la conversación, puesto que el resultado de la misma muy probablemente va a ser infructuoso o negativo.

Cuando la paz y el equilibrio se restablece, se puede presentar un reclamo, en el cual debe omitirse todo calificativo de la otra persona, circunscribirlo a hechos comprobables y reportar como éstos hechos nos afectan o nos han afectado emocionalmente. Entiendo que este tema tiene una profundidad propia y que merece atención especial.

Una vez me sucedió que una persona me hizo un reclamo tan injusto y de forma tan grosera, que decidí retirarme del sitio sin decir nada. Dos días después escribí una carta de “reclamo”, en la cual decía algo así:

“En días pasados me hizo un reclamo de forma inapropiada.” Fue la palabra más suave y educada que encontré para ese momento. A renglón seguido le manifesté, con hechos comprobables, lo injusto del reclamo (sin calificarlo de tal). Al recibir la carta la persona en cuestión, me llamó de inmediato por teléfono para disculparse por lo que había pasado e invitándome a tomar un café en compañía de su señora. Nos reunimos a tomar el café y a partir de allí, esta persona cambió radicalmente su trato hacia todas las personas que antes se quejaban de su mal carácter.

Es de un buen cristiano crear el ambiente adecuado para que la persona que ha cometido el error pueda disculparse, pueda incluso corregirlo con elegancia, si es posible, y logre un desplazamiento favorable de sí mismo, en beneficio de quienes los rodean.

A veces no nos encontramos personas que tengan la nobleza de reconocer sus errores y para ello hace falta usar un técnica que se basa en la teoría del péndulo...... Pero de este tema seguiré hablando en la próxima entrada.