jueves, 1 de julio de 2010

Imbuido de Felicidad: "En Defensa del Cuerpo".


Resulta deseable en todo ser humano el logro de un desarrollo espiritual con la finalidad de trascender, inclusive durante la vida, a altos niveles de consciencia, de integración con lo eterno, la divinidad o como quiera que se quiera llamar a lo que está más allá, pero nos han dado un cuerpo para que ese espíritu elevado lo habite; entonces, ¿que papel juega ese cuerpo?

Como señalamos en el escrito anterior, esa integración o unión con lo eterno, constituye un objetivo deseable y valioso en la vivencia de la felicidad, pero el desarrollo de la espiritualidad debe ser una faceta que todos debemos cultivar de alguna forma en nuestra vida. 

No todos estamos llamados a lograr un alto desarrollo, otros los menos, lo harán, todo dependiendo del camino de vida que nos toque o decidamos escoger. 

Cuando en las relaciones espacio y tiempo universales, la vida de un ser humano es tan corta como un suspiro (Bushido dixit) y tan insignificante que, un grano de arena en un desierto, sería de mayor entidad que nuestra insignificante humanidad. Por esta causa lo que debemos hacer con este efímero tiempio es enfocarnos en objetivos concretos y no perder el tiempo.

Para alguien creyente en la existencia de la divinidad como rectora de todo lo visible y lo invisible, parece increíble que la creación de este cuerpo efímero, débil e ineficiente carezca de un sentido profundo y trascendente.

Mi sadana o camino o práctica espiritual me ha llevado a identificarme con la sabiduría y las prácticas que propenden a elevar al ser humano y que lo logran en la mayoría de los casos aumentando nuestra percepción de la realidad, la que se percibe y la que pareciera no estamos diseñados para captar.

Como toda creencia, práctica o filosofía, algunos de los seguidores de alguno de estos caminos místicos o espirituales parten de la premisa de que el logro de la elevación máxima (Nirvana) se lleva a cabo mediante el desapego total o casi total de los deseos y apetitos mundanos, de lo material, incluso del que se refiere a las relaciones humanas y las prácticas de las mismas buscan desconectar o apagar la mente por considerarla un instrumento limitado para la comprensión del “todo” y subordinando a la razón de tal forma que al ser adquirido un mayor conocimiento, ésta traduce, de manera imperfecta, el mismo, en palabras para la trasmisión y comprensión de los demás seres humanos.

Aquí vemos casos como el de los monjes y monjas de clausura, los monjes ermitaños del Monte Atos, la monjes tibetanos.

Por supuesto se encuentran casos en donde hay un equilibrio entre lo mundano y lo espiritual y que pudiere darse como ejemplo, la disciplina de la orden de las Hermanas de los Pobres de la Madre Teresa de Calcuta o el Dalai Lama.

Respetando, por supuesto, el camino que cada quien escoge (pienso que tenemos pleno derecho, incluso, a escoger el camino al infierno, al cual goza de grandes adeptos), yo me siento más identificado con algo más parecido a un equilibrio entre lo mundano y lo divino.

A esta conclusión he llegado por la enseñanazas de Jesucristo y Sidarta Buda, quienes buscaban el crecimiento espiritual de sus seguidores pero con la finalidad de repartir en este mundo todas las bendiciones recibidas en ese camino. Esto lo he dado en llamar el proceso de elevación, interiorización y proyección.

¿Y el cuerpo para qué?
Bueno, el cuerpo es un regalo de Dios, una bendición, un don que hemos recibido para usarlo, no para enterrarlo como el solitario denario, para devolverlo igual, sin cambio, sin haberle sacado provecho, sin haberlo usado para prodigar bienestar a los que coinciden con nosotros en nuestro camino (compañeros de viaje). 

También me gusta decir que es una ventana hacia esta realidad limitada que nos rodea y por lo cual no hace sentido que la mantengamos cerrada.

También ese cuerpo nos lo entregaron para que fuera fuente de nuestro disfrute y el de los demás, con el amor y respeto que, con todo lo que Dios nos ha dado, debemos tener.

Jesús fue alguien que amo la vida, compartió con sus amigos, le gustaba comer y en cuanto al vino acotó con un claro sentido de nostalgia, en la última cena: “Ésta será la última vez que beberé el fruto de la vid” y en alguna fiesta, cuando dijo “El vino alegra del corazón del hombre”.

Las religiones, algunas, se han dado a la tarea de asociar el cuerpo con el pecado, cuando el pecado no es más que una elección, una acción u omisión en que se incurre, entre otra cosas, con el cuerpo, pero esto no lo hace pecaminoso al cuerpo sino a quien lo dirige, a su inquilino. Esto se empeora porque el castigo se ejecuta principalmente en contra del cuerpo.

En este sentido nos hacen mucho daño las personas que se han obsesionado por la sexualidad como causa de lo “malo” o como la más importante motivación del ser humano, y que en algunos casos esa obsesión no ha sido más que una forma de proyección de una "sombra", mecanismo por el cual se imputa a otros los pecados que están dentro de nuestra mente y corazón. 

La sexualidad que como seres vivos tiene un fin “divino” de la procreación y que la humanización de la misma la ha llevado a ser una de las manifestaciones del amor de pareja, más allá de la simple función o de un placer genital, a una manifestación plena de comunicación sensual, emocional, verbal, visual, física (kinestésica), gustativa, olfativa y hasta espiritual y se le desconozca como instrumento de realización de la felicidad humana, de un entregarse y recibir, de un amar y ser amado. 

¿Cuanta gente hemos conocido que han sido víctimas de hogares donde no se tocaba, no se lloraba en público, donde no se expresaban emociones? (legado victoriano).

El otro terrible ataque al cuerpo ha sido la falta de autoestima a lo que lo hemos sometido, cuando buscamos en él una belleza que no es suya, que es la que otros determinan, y que modernamente la definen publicistas y empresas o empresarios del entretenimiento, de la moda, etc, creando una cultura de tortura hacia nuestro cuerpo, en un búsqueda inútil de un ideal prácticamente inalcanzable o en todo caso tan efímero como un décimo de suspiro, con actividades gimnásticas y deportivas maratónicas o de carnicería, que suelen llamar cirugía estética. No es que estas actividades sean reprobables, es como todo lo que se hace en exceso o con motivaciones inconvenientes.

Pareciera que olvidáramos la unidad o unicidad del ser humano. Aunque podamos dividirlo en mente, inconsciente, cuerpo, emoción y espiritualidad, sabemos que una emoción puede cambiar la corporalidad y que afecta la salud, física y mental; pero un dolor de cabeza nos paraliza y afecta de la misma forma todas esas otras manifestaciones de esa unidad inseparable.

Pero así como logramos que el cambio o el crecimiento interno se manifieste en el cuerpo, los místicos nos piden que cuidemos el cuerpo, que lo amemos, que lo disciplinemos (no torturemos) y que lo que hagamos para vivir con actos, con gestos, con movimientos, también se proyecte hacia adentro para modificar y enriquecer nuestra emocionalidad, nuestra forma de pensar, nuestra espiritualidad. Un ejercicio sano, un baile, un tocar, abrazar, amar y compartir, también nos hace mejores personas hacia adentro, nos suelta, psicológica, espiritual, emocional, e incluso sexualmente, sobretodo nos hace felices, imbuidos en la felicidad.

Entonces, reconócete bello, por lo que prodigas, reconócete uno y bendito por Dios y vive la alegría y belleza del aquí y del ahora para que te sumerjas en la felicidad.