Carta Pública en defensa de su Santidad Francisco
I.
“Todo lo que aten en la tierra, será
atado en el cielo; y todo lo que desaten en la tierra, será desatado en el
cielo.” (Mateo 18-18)
A
finales del año 2014, el papa Francisco anunció la convocatoria de un Sínodo
Extraordinario de la Familia el cual arrancó con la elaboración de una encuesta
que debía ser levantada en las Diócesis del planeta con la finalidad de
disponer de información actual acerca de cuál era la situación de la familia
cristiana en el mundo. El mencionado cuestionario se consigue en la página web
del Vaticano.
Este
cuestionario no parece bien elaborado, porque mezcla preguntas que van dirigida
a los miembros de la iglesia jerárquica; otras que refieren a información que
debe ser recabada, como por ejemplo: legislaciones o estadísticas sobre algunos
temas; y preguntas que deberían ser contestadas por la feligresía. Por cierto,
no conozco a nadie que lo hayan encuestado y me han informado que los
resultados de la misma han sido mantenidos en reserva.
Finalmente
se produjo un pronunciamiento del señalado Sínodo Extraordinario, en el cual se
ratifican en su totalidad las concepciones tradicionales sobre la familia cristiana
y lo único que fue percibido como un avance en estos aspectos fue la
declaración siguiente: “Las personas homosexuales tienen dones y
cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana: ¿estamos en grado de recibir
a estas personas, garantizándoles un espacio de fraternidad en nuestras
comunidades?”.
La
mayoría de los expertos en estos temas vaticanos consideran que esto ha sido un
fracaso absoluto para Francisco: Convocar a un Sínodo para ratificar todo lo
establecido.
El
tema del divorcio se ha convertido en un dolor de cabeza en los países en que
lo tenían prohibido por su compromiso histórico con la Iglesia Católica. En
estos países la prohibición del divorcio produjo problemas como los siguientes:
Hijos adulterinos sin posibilidad de reconocimiento y de protección legal y
económica (admitir una paternidad por adulterio era aceptar la comisión de un
delito), personas separadas que formaban uniones de hecho con otras personas,
privando a la nueva pareja de las protecciones legales y a los hijos de esa
unión y, el estímulo a la corrupción eclesiástica mediante la “venta” de
anulaciones de matrimonios con tarifas exorbitantes, recientemente se estableció que el procedimiento de anulación es gratuito.
En
días pasados en un programa de la televisión española se señaló que en España
cada año se producían alrededor de 100.000 matrimonios y la misma cantidad de
divorcios.
Este
tema del divorcio luego de dos mil años de cristiandad se sigue manejando sin
las consideraciones históricas que son relevantes en el mundo de hoy, y que
justificaron en su momento, el rechazo de Jesucristo al repudio que era
admitido entre los judíos. En esa época el repudio de la mujer (porque no
funcionaba al revés) implicaba dejar en la calle a la cónyuge, probablemente
indigente, obligada a la prostitución o a morir de hambre.
Además
en esa época se había abusado del repudio, porque a pesar de que la posibilidad
del divorcio se reconocía cuando había habido una infidelidad de la mujer, como
el mismo no requería de ningún trámite y solo la participación por escrito a la
afectada, las razones del repudio, en la realidad, podían ser totalmente
banales y esto había generado una situación escandalosa.
En
los tiempos modernos las legislaciones protegen a los cónyuges, existe igualdad
jurídica de los esposos, se reconoce la comunidad de gananciales que obliga a
repartir entre ambos el patrimonio formado durante el matrimonio en caso de
divorcio. En cuanto a las mujeres, hoy también son activas y más independientes
desde el punto de vista económico y la protección de los niños y su derecho a
percibir una pensión de los padres.
Entiendo
que el tema no puede ser como cambiarse de camisa, pero en otras iglesias
cristianas hay una intervención para tratar de resolver los problemas de la
pareja y algunos requisitos para aceptar como última instancia el divorcio.
Con
relación al tema del divorcio, el Papa Francisco dice: “Estoy pensando en la
situación de una mujer que tiene a sus espaldas el fracaso de un
matrimonio….Después de aquello esta mujer se ha vuelto a casar y ahora vive en
paz con cinco hijos….Le encantaría retomar la vida cristiana. ¿Qué hace el
confesor?”
El
tema en este asunto es que una persona casada, divorciada y vuelta a casar no
se le da el perdón del pecado, porque no tiene propósito de enmienda, es decir,
en teoría debería dejar a este cónyuge y
volver con el primero o en todo caso vivir soltera (o) el resto de su vida. Así si sería perdonada y
podría comulgar.
Hay
que aclarar que la iglesia, en cuanto al divorciado que permanece solo, si les
permite recibir la Eucaristía.
En
el Sínodo no se trató directamente el tema del divorcio, sino desde el tema de
la Eucaristía, es decir, lo que planteó Francisco fue la aceptación de recibir la comunión de una
persona vuelta casar y que vive en un segundo matrimonio con una vida
cristiana, educando y cuidando a sus hijos, como fue el ejemplo que puso el
papa Francisco en la transcripción de arriba y en vista de lo que su confesor
podía discernir de la pareja. Finalmente quedó en manos de las Conferencias Episcopales, establecer la manera en que era posible la realización de discernimiento y la posterior autorización para permitir la comunión.
Esta perspectiva tiene menos obstáculos
pero tiene sus propias complejidades porque involucra un punto que fue
reafirmado de manera muy tajante durante el papado de Benedicto XVI, acerca del
indispensable “estado de gracia” que debe tener el cristiano para recibir la
comunión, para lo cual ha ratificado fuertemente la necesidad del sacramento de
la reconciliación (confesión) para así obtener el perdón de los pecados, como pre requisito
para la comunión, en especial los mortales como el adulterio, siguiendo el
antiguo procedimiento de la confesión: Examen de conciencia, dolor de corazón,
propósito de enmienda (mi papá decía: corregir la falta cuando es posible, por
ejemplo, devolver lo robado), confesar los pecados al confesor y cumplir la
penitencia.
Cuando
pienso en la visión del pecado de Gregorio de Pálamas –el pecado va mas allá de los diez Mandamientos, en
realidad es la manifestación de la
imperfección del ser humano− siento que pensar
que estoy en estado de gracia constituye un acto de soberbia. La Eucaristía no
se hizo para los que estén libres de pecados, fue una gracia de Jesús para la
redención de todos los pecadores.
Aquí
cabe una reflexión a los obispos. ¿Puede un sacerdote en pecado mortal comulgar
como parte de la celebración de la Eucaristía, o debería consagrar el pan y el
vino y abstenerse de comulgar? Todavía no he conseguido una respuesta
satisfactoria oficial.
Extraoficialmente, un miembro de la iglesia que formó parte de Instituto Para la Defensa de la Fe y hoy no es sacerdote activo, cuyo nombre me reservo, me dijo ante el planteamiento: ¿Qué sucede con un sacerdote en pecado mortal celebrando o participando de un sacramento?, me respondió: Que ese punto había sido resuelto por la Iglesia hace tiempo con el argumento de que los sacramentos se realizan entre Dios y el que recibe el mismo y que el pecado del oficiante no contamina ni lo invalida; sin embargo, frente al planteamiento arriba señalado me manifestó que tenía razón: El sacerdote en situación de pecado mortal puede consagrar el vino y el pan, pero no podría recibir la comunión.
Imagino
que el papa Francisco pensó que plantear el tema de un posible divorcio, o una
suerte de bendición otorgada a la unión de una pareja que continuaba a cuestas
con un matrimonio anterior, sería cuestionar la prohibición expresa de Jesús de
disolver el vínculo matrimonial (aunque hay quien ha interpretado que Jesús no
cuestionó el divorcio por causa de adulterio), buscando en cambio una suerte de
reconciliación con los vuelto a casar y con vidas de rectitud que les permitiera
comulgar.
En
este sentido, existe la posibilidad de interpretar válidamente que Jesús no
impuso ningún requisito o impedimento para participar en la Eucaristía, ni
siquiera insinuó nada acerca del pre requisito del sacramento de la confesión −solo dio autoridad y poder para perdonar los
pecados, pero no estableció la obligación de confesarlos, con lo cual un
sacerdote podría perdonarlos sin ni siquiera conocerlos−.
A esto podemos añadir una preocupación: ¿Hasta dónde un Papa con el "don"
de la infalibilidad para ciertos asuntos –ex
cathedra en temas de fe y moral−, puede ejercerlo
para llevar la contraria a lo establecido por un anterior Papa, también
infalible? Asumo que lo infalible no puede estar sujeto a revisión y creo que
los temas del divorcio y la Eucaristía están muy atados en este sentido.
Sería
necesario renunciar a tal infalibilidad para abrir la posibilidad de revisar
temas según las necesidades de las épocas, sin perder el foco en las enseñanzas
de Cristo.
Esto
no hace el tema fácil porque Jesús al referirse al matrimonio citando al
Génesis (Gn.2.4) dijo: "..que al casarse se convierten, marido y mujer, en
una sola carne"; y, en Mateo 16-6 6 cuando dice: “...por tanto, lo
que Dios juntó, no lo separe el hombre”; lo que ha sido interpretado como una
unión indisoluble. Aquí existe el tema del origen del Génesis que parece más un
libro pre-científico que una obra inspirada por Dios (no se conoce al profeta
al que se le reveló esa verdad, aunque Jesús lo cita).
Sin
embargo, en Mateo 19, 9 señala: “Y yo os digo que cualquiera que repudia a su
mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra,
adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera.”;
implicando, con esto, que pareciera que no excluye de manera absoluta el
divorcio.
Algunos
entienden que en la 1ª Carta a los Corintios (7:15) como otra excepción, que
permite el segundo casamiento si un cónyuge incrédulo se divorcia de un
creyente. En este caso pareciera más una nulidad que un divorcio. Sin embargo,
el contexto no menciona el segundo casamiento, sino que solamente dice que un
creyente no está limitado a continuar un matrimonio, si un cónyuge no creyente
quiere abandonarlo.
Hay
quien ha señalado que ninguno de estos casos puede tomarse como una
autorización para volverse a casar.
Sin
embargo, cuando la iglesia, se sirve de la nulidad, institución jurídica
referida a la invalidez absoluta de un contrato por vicios del consentimiento
(error, dolo o violencia) para conceder la extinción del matrimonio, pudiera
estar transgrediendo la prohibición del Mesías. Un tema discutible porque
modernamente no se considera un contrato sino una relación o vínculo jurídico,
aunque mantiene ciertos atributos del contrato bilateral, por el cual las
partes, mediante un consentimiento válido y mutuo, aceptan obligaciones y
prestaciones mutuas, pero que trasciende más allá de los contratantes porque se
constituye en una institución en la que participan los hijos, quienes no se
comprometen a nada, pero están sometidos a la autoridad de los padres y con un interés
social que permite a la autoridad intervenir en ella, normarla de manera
importante, dirimir controversias y es solo a través de ella se puede lograr su
extinción –Orden Público−.
Cuando
se buscan las soluciones dadas al tema en la ortodoxia, se consigue que, al
haber sido esta parte de la iglesia dominada en sus orígenes por los
emperadores romanos cristianos, éstos impusieron el criterio de que era posible
el divorcio y así fue asumido pacíficamente. El tema de las causales varió en
el tiempo en cuanto a cantidad y posibles sanciones a los divorciados (hubo
casos en que se suspendía la comunión por un período de tiempo) y en definitiva
resultó, en la práctica, en una aceptación por parte de esa iglesia de los
divorcios que se daban por la vía civil.
En
cuanto a la realización de segundas o terceras nupcias la tendencia fue la de
bendecir las uniones matrimoniales, más que celebrar un nuevo matrimonio, según
algunos por la conservación del criterio de la indisolubilidad del vínculo.
Esta se ha dado en llamar "unión de corazones".
La
aceptación de la separación y de una posterior unión matrimonial “bendecida”
estaba fundamentada en un sentimiento de misericordia y de protección de los
hijos y de esas familias. Tampoco se encuentra reflexión teológica profunda
sobre el tema en las iglesias orientales.
Esto
nos lleva a una conclusión preliminar en el sentido de que la barrera más
importante que tiene el tema es la sentencia de indisolubilidad propuesta por
Jesucristo, a pesar que de ella misma admite el divorcio por causa de
“fornicación” y que habría que extender también al “adulterio”.
Pero
hay que considerar que el mismo Jesucristo concedió a los apóstoles la
siguiente facultad: “Todo lo que aten en la tierra, será atado en el
cielo; y todo lo que desaten en la tierra, será desatado en el cielo.”
De
esto se puede deducir que el sacramento puede ser desatado por ellos y así será
reconocido en el cielo.
Hay varios aspectos que no se contemplan y son que las causales de anulación en
muchos casos se inventan para que se ajusten a la normativa y resulta en muchos
casos para los hijos de esos matrimonios como si ellos hubieren nacido fuera
del matrimonio.
Una persona divorciada me mencionaba: "Yo me casé enamorada y nuestros
hijos nacieron del fruto de ese amor, si yo anulo mi matrimonio es como
reconocer que ese amor, que fue real, nunca existió, la anulación sería un
agravio moral muy grande para mis hijos y eso no lo haría jamás."
Aquí haría falta que la iglesia construyera una narrativa apropiada para esta
transición.
Buscando
alguna analogía con el tema del sacramento del matrimonio, me puse a
pensar en el sacramento del orden sacerdotal y que la iglesia ha dado, en
este caso, la solución de la dispensa al no aceptar tampoco la posibilidad de
la disolución o desaparición del mismo.
Este
caso se parece mucho al del matrimonio (sacramentos que "imprimen
carácter"), puesto que ha sido considerado como indisoluble, pero se
resuelve con una dispensa al sacerdote que le permite casarse, en secreto, y mantener
oculta el acta de matrimonio, reconocer a los hijos que haya concebido, con las
prohibiciones para ejercer las tareas y participar en sacramentos para lo que
estaba investido realizar o presenciar; la prohibición incluso para impartir
enseñanza religiosa, salvo en colegios públicos y debidamente autorizado y para
esconderse y ocultarse de la sociedad, en una suerte de barrido del sucio
debajo de una alfombra.
A
este sacerdote se le permite desembarazarse de su compromiso con Dios y en
casos excepcionales la dispensa puede ser decretada de oficio, por una
cantidad grande de razones que se encuentran con facilidad en el página web del
Vaticano.
Aquí
me surge una pregunta, ¿por qué tanta laxitud en el tratamiento de la dispensa
del sacramento de ordenación sacerdotal y tanta rigidez e incomprensión por
parte de los obispos del Sínodo Extraordinario en cuanto al tema de los divorciados
y vueltos a casar?
En
ningún momento critico que la Iglesia haya encontrado una forma para buscar el
mal menor y en todo caso buscar una forma de privilegiar un valor más preciado
como es la familia. Si el sacerdote ha procreado un hijo, tiene como obligación
moral y primaria ver por ese hijo. El hijo es el prójimo más cercano e
indefenso que merece vivir en una familia funcional, para poder crecer no solo
físicamente sino emocionalmente y más importante, moral y espiritualmente.
Lo absurdo es que este sistema permite el matrimonio de sacerdotes, cuando esta persona consagrada nunca pierde el sacramento de ordenación.
En
el caso de los divorciados vueltos a casar el valor de la familia también está
involucrado fuertemente en este asunto, por la reconstrucción del ambiente
familiar en beneficio de los hijos.
En
la hipótesis que señaló su Santidad, socialmente y cristianamente una pareja
vuelta a casar, está preservando la institución de la familia y no está
corrompiendo, escandalizando ni destruyendo el orden social. Algo debe hacerse
en este sentido. Francisco ha llamado la atención a todas esas personas que han
repudiado a los divorciados y los han señalado y juzgado severamente, poniendo
en evidencia el fariseísmo de esa actitud, pero esto no es suficiente.
Si
mi opinión valiera algo, diría que desatar este nudo o asumir una posición
intermedia como la de las iglesias orientales, no se puede hacer sin que
medie una profunda reflexión y el establecimiento de regulaciones en la que no
sea tan simple casarse, ni tampoco separase o divorciarse, sin que medie un
compromiso consciente de la pareja, la intervención de las familias y la
comunidad cristiana –hay muchos matrimonios de parejas que
ni siquiera asisten regularmente a misa y algunos que parecen valorar más la
apariencia que el fondo de lo que hacen−;
todos, no solo nuestros pastores, debemos asumir la responsabilidad de cuidado,
apoyo, escucha y solidaridad con aquellos que quieren casarse, sino también de
aquellos con problemas en las parejas y los que luego de varias gestiones,
apoyen a esta familias separadas para que se preserve el amor, la solidaridad y
el mejor futuro para los hijos de estos matrimonios; la conservación de estos
esposos dentro de la comunidad, en el espíritu de comunidad de San Pablo y como
hace Dios con todos nosotros, a pesar de nuestros pecados; y, que no se
estigmatice ni se juzgue al que no ha sido exitoso en su proyecto de familia,
ni a sus inocentes hijos.
Excluir
de la eucaristía a una persona en estos casos, resulta muy severo y de
profundas consecuencias. Esto ha generado un sentimiento de rechazo que ha
alimentado la pérdida de la fe.
Ahora
se ha puesto de moda la llamada "comunión espiritual", que era usada
como un anticipo a la Eucaristía para el que no podía recibirla en un
determinado momento y que ahora se pretende usar en favor de todos los
pecadores a los que se les conmina a no comulgar, por su pecado mortal del que
no van a ser perdonados, inventando algo en sustitución de la original Eucaristía
creada por Cristo. Si no estás "en estado de gracia" no puedes
comulgar ni siquiera espiritualmente. Después hablan de relativismo religioso.
Es
desproporcionado este castigo de ex comunión de hecho, en comparación con las
consecuencias en caso de verdaderas abominaciones como son las violaciones de
derechos humanos y toda una serie de delitos que han sido encubiertos para no
generar “escándalo”.
Esa
exclusión implica la separación de un pecador, igual que nosotros, de lo que es
esencial en nuestro credo, la comunión, que es el acto de recibir el cuerpo y
la sangre de Cristo, y que junto con la creencia en la resurrección y del
amor y la misericordia de Cristo, nos define como realmente católicos.
La Eucaristía es un milagro que, desde la perspectiva mística, da
cohesión a la comunidad cristiana - la común unión de los cristianos - y por
tanto es el vínculo que establece la pertenencia del feligrés a la comunidad
cristiana. Excluir a alguien de ella es como expulsarlo desde el punto de
vista espiritual de esa comunidad. Es el elemento de cohesión del Cuerpo de
Cristo con su iglesia, en el sentido más amplio de la palabra.
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En
un artículo escrito por el Padre Ugalde llamado "Quo Vadis
Francisco", en el que, entre otras cosas, señala:
"El Papa camina dando señales elocuentes. Va a Roma para hacer que
Jesús sea más visible en el gobierno de la Iglesia católica, en sus signos y en
su modo de actuar. La aspiración es muy elevada: que el Vaticano sea signo
trascendente de Jesús, encarnación del amor gratuito de Dios; del Jesús que no
vino a condenar sino a sanar, que entró en la casa del ladrón Zaqueo sin
reproche, llevando el perdón, la conversión y la vida nueva; que rechazó el apedreamiento
hipócrita de la adúltera y le dio la mano para que se levantara; que pidió agua
a la samaritana, que no era creyente judía, ni de vida correcta; que tocó a
leprosos y enfermos y los curó incluso en sábado."
"El Papa insiste en que no quiere “príncipes” de fachada, sino el pueblo
de Dios, hombres y mujeres tocados del amor de un Dios que se hace visible en
los múltiples rostros que viven con alegría y esperanza, que consuelan, que
acompañan, curan y ayudan a levantarse. Hoy una de las grandes, complejas y
esperadas reformas es hacer visible que la Iglesia no son los clérigos, sino el
pueblo de Dios con el obispo de Roma, que no es una monarquía vaticana sino un
primado colegiado con las conferencias episcopales del mundo en toda su
variedad y pluriculturalidad expresada en sínodos y otras formas de gobierno
universal. Un gobierno de Roma con menos cardenales y más laicos, hombres y
mujeres creyentes y competentes servidores."
"La pregunta evangélica del papa Francisco: “Quién soy yo para juzgar a un
gay si él busca al Señor y tiene buena voluntad”, vale también para el
divorciado, agnóstico, budista, preso y para la conciencia de todos, que nos
lleva a aquella milenaria frase feliz: “De internis neque Ecclesia iudicat”, de
lo íntimo de la conciencia ni la Iglesia juzga. Doctrina y normas disciplinares
sí, pero por encima de todo el diálogo de la conciencia personal con Dios. No
estamos para condenar sino para acompañar, dar la mano, llevar el agua del amor
de Dios y la esperanza. Es lo que más necesitamos en este mundo, y sin ello la
disciplina eclesiástica es vacía y los templos se convierten en museos."
Por eso insisto a los Obispos, ¿Seguimos insistiendo en apedrear a la adúltera? ¿No es el amor y la misericordia lo que debe guiar
nuestras acciones y nuestras posiciones?
En
los últimos dos meses me he pasado leyendo más de treinta artículos acerca de
Amoris Laetitia y este tema de la posibilidad de permitir la comunión de
divorciados y vueltos a casar, con posiciones que van desde las más radicales
que acusan a Francisco de hereje, pasando por los que piden una revisión, hasta
llegar a un minoría que lo apoya que me hizo tener la siguiente reflexión:
1.- Pienso que la discusión tiene un
objetivo distinto al tema que en cuestión, a mi juicio es una finta para
esconder otros intereses no muy santos de ciertos personajes de la Iglesia.
Esto lo sostengo porque Francisco
comenzó su pontificado con el tema de la humildad y de la necesidad pastoral de
salir de los escritorios y mezclarse con la gente más necesitada para adquirir
el olor a oveja.
A
pesar de todas la celebración ecuménica de los quinientos años de la reforma,
que ha llevado hasta la creación de un
rito común –imagino que a los que he dado en llamar
lefrevianos –detractores del Concilio Vaticano II− no les debe haber caído nada bien el acercamiento
a los protestantes−, quienes han generado una
influencia negativa en los países de mayor presencia luterana o afín, sobre la
Iglesia Católica de esos países, que la lleva a estar enfocada más en el dinero
y en los bienes terrenales que en su labor pastoral. He sido testigo en países
como los Estados Unidos que todo está tarifado y el éxito de una Diósesis o una
Parroquia se mide por las señales de opulencia de los sacerdotes. A más
ostentación se considera que son más exitosos –la predestinación a lo Calvino−.
Un caso de personas cercanas a mí
revela el estilo crematístico de algunos sacerdotes: Un obispo le prohibió a
una pareja hacer el curso prematrimonial en la iglesia en la que se iban a
casar y les facturó doscientos dólares por su participación en el curso dictado
por él.
Entiendo que Francisco ha cuestionado
estas exhibiciones de opulencia de parte de sus príncipes y pares. Esto no debe
haber caído nada bien. En Venezuela tenemos un dicho: “Métete con el santo pero
no con la limosna”. Le están pasando una factura.
2.- Francisco cortó algunas cabezas por actos graves de corrupción y
buscó asesoría externa para el manejo del que llaman banco del Vaticano.
3.- El camino hacia una mayor transparencia en materia de abusos
sexuales y la pederastia y su encubrimiento.
Aquí señalo que hoy por hoy el proceso de captación de personas se ha convertido
en el proceso organizacional más importante. La aceptación de novicios debe
profundizar mucho no solo en las competencias, sino en la actitud y la
emocionalidad del aspirante y también en una evaluación detallada del cuadro
psicológico y familiar, porque muchas veces se presentan situaciones en las que
una persona que ha sido víctima de la violencia o de abusos sexuales, y en
estos casos, puede haber una tendencia a repetir esos comportamientos. Supe que
en el caso de los legionarios se diezmó a la cúpula de la orden, pero resulta
importante determinar todas las víctimas (las externas y las internas) para
lograr sanar ese trauma y evitar la repetición de comportamientos inadecuados.
También la captación de jóvenes a tan tempranas edades, manteniéndolos aislados
del mundo, en vez de enriquecerlos los empobrece al no ser partes del mundo.
Siempre hay que acordarse de San Agustín y su camino hacia la santidad.
4.-El haber permitido que las personas arrepentidas por participar en un
aborto pudieran ser perdonadas en confesión, durante el año de la misericordia,
gesto que fue interpretado por algunos como una forma de permitir el aborto en algunos
casos, como los han ido aprobando legislaciones de algunos países, sin
considerar que el perdón en este caso puede funcionar como un forma de evitar
que estas personas vuelvan a caer en este pecado.
ºººº
Cada día más entiendo el pedido de Francisco de que oremos por él, pero
creo que hay varias cosas que puede hacer:
1.- Es necesario evaluar el tema de la infalibilidad papal y hacer caso
a lo que señaló muy acertadamente Paulo VI cuando dijo que este tema era uno de
los obstáculos de la ruta ecuménica. Lo que está encadenando a la Iglesia es la
rigidez absoluta que le impide desatar nada, ya todo está dicho y todo es
dogma, contradiciendo la autorización expresa del Mesías de poder hacerlo.
2.- Se requiere evaluar la idoneidad de la encuesta de la familia
elaborada para el Sínodo de la Familia y mostrar los resultados para que juntos,
Iglesia como pueblo de Dios podamos reflexionar y encontrar caminos hacia Dios.
¿No sería conveniente que a lo interno supiera la jerarquía interna de la
Iglesia en que anda su propia gente?
3.- Es indispensable que la iglesia reflexione más acerca de los
derechos humanos fundamentales de los individuos y modernizar los delitos y sanciones
(excomunión) frente a las realidades modernas, como el genocidio, comisión de
delitos de lesa humanidad, corrupción, tráfico de personas, tráfico de armas, narcotráfico,
terrorismo, abusos sexuales y la pederastia. En este sentido me parece oportuno
el planteamiento acerca de la pena de muerte, que es de los más incongruentes
de todos. Esto contrasta de manera tan sospechosa que se ha llegado a decir que
el tema de los divorciados es capaz de producir un sisma en la Iglesia y por el
contrario los tema arriba señalados no.
4.- También se requiere una comprensión moderna acerca de la sexualidad
del ser humano. También evaluar la castidad, la cual parece estar más vinculada
a un carisma personal o más a una necesidad espiritual que surge de su
practicante, que a una imposición o requisito de ordenación y de permanencia en
el sacerdocio. Evaluar las normas de la ortodoxia en este sentido. ¿Se tiene
idea del porcentaje de sacerdotes que la practican firmemente?
5.- Parece necesario evaluar la operación política y diplomática del
Vaticano y la afectación de la Iglesia ante posturas que, pueden verse como
objetivos que dejan de lado a la gente y su sufrimiento, y que pueden lucir
condescendientes con regímenes irrespetuosos de los Derecho Humanos. Ha creado
mucho rechazo el manejo del tema cubano y al acercamiento al Gobierno chino.
6.- El Estado Vaticano debe marchar hacia la modernización de sus
actividades políticas, diplomáticas y financieras estableciendo buenas
prácticas y políticas conocidas, de eficiente y correcto desempeño en aras de
una mayor transparencia para crear una imagen que se constituya en ejemplo para
organismos públicos y privados del mundo. No señalo que sea desastrosa sino que
debe aplicar el mejoramiento continuo y con más transparencia.
ºººº
No termino de entender que un grupo de
Obispos tan significativo ponga tanto empreño en este tema, en una surte de
cruzada para derrotar o defenestrar a Francisco y por otra parte un silencio
ante la persecución y asesinatos de sacerdotes y fieles en todo el mundo, de las
víctimas de las persecuciones políticas y
los genocidios por razones políticas y religiosas. Tampoco la pérdida de
vocaciones y el alejamiento alarmante de la grey.
Caracas, 9 de noviembre de 2017.
Gonzalo Pérez Petersen