Esta tarea es harto difícil
debido a que esa alineación aparente hacia la falaz noción de socialismo, del
lenguaje y la coordinación de acciones que encontramos en el oficialismo, no es
tan fácil encontrarlo en el sector de la Unidad Democrática.
Como preámbulo me parece oportuno
señalar que todos esos sectores de oposición no se sumaron a la propuesta de
cambio radical del actual Presidente.
El actual presidente propuso en su
época de candidato que su proyecto consistía en una
alternativa democrática (democracia participativa y protagónica); señalaba en
1998 y que Cuba era una dictadura; que se
iba a acabar con el dispendio de los recursos públicos, con la corrupción y con
el bipartidismo y que en resumen para el logro de este proyecto era necesario convocar
a una Asamblea Nacional Constituyente;
los que se opusieron a esta “nueva propuesta” fueron los que se constituyeron
en oposición y que luego de pasar por la Coordinadora Democrática conforman el
actual movimiento de Unidad Democrática.
El problema más complejo de este
grupo de oposición fue que recibieron un golpe muy fuerte en las elecciones de
1998, que hizo prácticamente desaparecer la militancia de los más importantes
partidos políticos de la era de la democracia post perejimenista.
Esto no era de extrañar porque la tendencia mundial que vemos hoy en contra de los partidos políticos ya estaba generalizada en Venezuela para 1998. Prácticamente los partidos políticos se quedaron solamente con sus cuadros directivos. Sin embargo, al haber obtenido una razonable votación en las elecciones del Congreso y de las Gobernaciones y Alcaldías y aunque una muy baja representación en la Asamblea Constituyente, les permitió mostrar un estilo de gobierno totalmente distinto, más eficiente, a nivel regional, que el exhibido por los mandatarios regionales del Oficialismo.
Cuando se elige a la Asamblea
Nacional Constituyente, ésta da un golpe de estado, sin que ningún sector del
país alce la voz. Este golpe se consumó con la
disolución del Congreso Nacional, elegido por voluntad del pueblo, cuando ese
cuerpo, la constituyente, había sido designada solo para
redactar una constitución y no para convertirse en un poder supra constitucional
con competencias legislativas y demás.
Tampoco resulta fácil analizar al
sector de la Unidad Democrática porque si bien eran pocos al principio, con el
tiempo, fueron ganando nuevamente simpatías, ya no como organizaciones
políticas claramente identificadas sino como un movimiento opositor al
gobierno. También los liderazgos, las estrategias y las acciones fueron
evolucionando a medida de que los resultados de esas acciones no lograron el
objetivo inicial de sacar al Presidente a como diere lugar. Esta línea de
acción se puede resumir en la consigna: “¡Chávez, vete ya!”
Esta primera etapa las
directrices y acciones del sector opositor eran dominadas por posturas más
radicales sustentadas en instituciones como la CTV (la central obrera más importante del país para esa época), que siguió teniendo peso
importante en la mayoría de los sindicatos del país; también formaban parte de este grupo, el sector empresarial, la
iglesia católica, partidos “nuevos” como Primero Justicia y los apoyos
regionales de los líderes de oposición que seguían ostentado gobernaciones y
alcaldías en todo el país.
Esta época el sector opositor
estaba concentrado en la Coordinadora Democrática y su actuación más resaltante
fue la convocatoria del Paro Petrolero de 2002, que buscaba la renuncia del
Presidente y que llevó al país a una recesión ese año que no fue agradecida por
la mayoría de la personas del país. Aquí se puede apreciar el primer aspecto de
la mirada ontológica y es el hecho de no conocer suficientemente al Presidente,
quien, en esa circunstancia, solo hubiere renunciado por un golpe militar,
aunque el país se hubiere visto sumido en una guerra civil. Vean a Al Assad hoy
en día y podrán imaginarse porque el presidente no se doblegó ante el paro
nacional. En este caso este paro no debió alargarse demasiado.
Aunque hay quien piensa que el
gran fracaso de esta primera etapa se debe a la pérdida del referéndum
revocatorio, en mi criterio, esta derrota se debe adjudicar a la obediencia
ciega del presidente a los designios y consejos del dictador Fidel Castro, tal
y como le expliqué en la entrada anterior.
También la oposición estaba tan
debilitada y carente de liderazgos visibles que apoyó la candidatura de Arias
Cárdenas (uno de los oficiales que acompañó a Chávez en el intento de golpe de estado en contra del gobierno de Carlos Andrés Pérez) en la relegitimación de los poderes acordada por la nueva
Constitución, quien públicamente denunció como asesino y violador de derechos
humanos al actual presidente y lo hizo único responsable de los fallecidos en
11 de abril de 2002, para luego pasar a ser embajador de Venezuela en las
Naciones Unidas. El tiempo dirá si este individuo inmoral no era más que un
candidato comodín del propio gobierno.
Hasta este hecho no se puede considerar
un gravisimo error puesto que el empuje que traía el régimen, hacía casi
imposible derrotar al presidente en esa elección, pero reveló un pésimo
conocimiento y manejo de la realidad. En esta etapa la consigna era: “Si el
pueblo quiere un militar apoyemos a un militar”.
Resulta también muy complicado
analizar las incidencias del 11 de abril de 2002, puesto que no se ha
investigado lo suficiente, el gobierno ha ocultado y deformado mucha
información y todavía resulta inexplicable que el alto mando militar presidido
por Lucas Rincón le haya pedido la renuncia al Presidente “la cual aceptó”,
para luego este soldado haya sido premiado con cargos diplomáticos, dando a
entender que fue una celada puesta por el gobierno ante el conocimiento de los
planes que tenían sectores de oposición de deponer al presidente a partir de la
gran marcha a Miraflores. Esto revela que la gestión de la realidad siempre fue
más efectiva del lado oficialista.
Pero la celada no fue lo único
que determinó el fracaso del golpe y es que dentro de los sectores de oposición
no se conocía la agenda de los que finalmente tomaron el poder, tanto así que
la ausencia de Carlos Ortega, Presidente de la CTV, da a entender que él tenía
una agenda distinta a los que se hicieron del poder o no estaba o no compartía la
intención de romper el hilo constitucional con la supresión de la Asamblea
Nacional y otros poderes públicos. Aquí hubo otra evidente omisión de la
realidad: No se puede dar un golpe sin el apoyo del ejército (estamos en contra
de cualquier golpe de estado, sostenemos solo que se pretendió hacerlo con el apoyo de un grupo de generales, que
se habían negado a sacar la tropa a las calles para matar a los manifestantes,
es decir, aquellos que desobedecieron una orden directa de “Tiburón 1“). Cuando cae Pérez Jiménez en 1958, se alzó la
Fuerza Aérea, pero el Presidente abandona el país cuando no encuentra apoyo del
ejército. El presidente y los sectores más radicales del país, han tenido que
entender, de la forma más amarga, que los generales no tumban gobiernos ni dan
autogolpes.
Tanto de lo mismo sucede cuando
en las penúltimas elecciones parlamentarias, ante un escenario optimista del sector opositor de solo obtener no más
de veinte por ciento de la representación parlamentaria de la Asamblea
Nacional, deciden jugar a la abstención, logrando que el ochenta por ciento de
la población se abstuviera de votar, con lo cual la totalidad de los diputados
electos fueron del bando oficialista. Primero esto no podía bajo ningún
concepto considerarse un triunfo, porque los votantes del sector oficialista no
requerían ir a votar para ganar todos los escaños como sucedió, con lo
cual el esfuerzo fue inútil;
adicionalmente, la baja votación de los diputados le dio una carta adicional a
favor del Presidente, porque visualmente el parlamento tenía una legitimidad muy
menguada a lado de la del ejecutivo y esto permitió al Presidente convertir al
Parlamento en un circo de focas
obedientes a su sola voluntad. Otro aspecto que revela la gravedad de esa
decisión fue que, al pasar el tiempo, varios parlamentarios, en principio
afines al oficialismo, comenzaron a asumir una posición crítica del régimen que
en otras condiciones hubieran podido juntar hasta un veinticinco por ciento de
diputados que podían ejercer influencia en decisiones que requerían mayoría
calificada, que es lo que pasa en este momento en que la Asamblea, electa en las últimas elecciones, no puede
nombrar al sustituto del Contralor General de la República (fallecido) sin contar con el
acuerdo de la oposición. De todos modos esto demuestra el carácter meramente
decorativo de las instituciones del país al no generase ningún tipo de
problemas por la vacante (la momia del fallecido hubiera seguido cumpliendo los
designios del presidente). Recientemente, Maduro compró o sacó del juego diputados de oposición suficientes para lograr la aprobación de la Ley Habilitante y tener la mayoría absoluta de la Asamblea, sin que se produjera ninguna acción o se desarrollare ninguna estrategia defensiva por parte de la MUD.
Después de todos estos hechos,
errores y aciertos, se creó un convencimiento de que la única forma de triunfar
políticamente requería una posición unitaria. En los tiempos de la coordinadora
la unidad giraba en torno a la salida del Presidente de la República, no
existía otros aspectos a considerar; esto explica la candidatura de Arias
Cárdenas y posteriormente una candidatura
escogida a toda carrera mediante el uso de encuestas que favoreció a Manuel Rosales.
No creo que el manejo de la
elección de Rosales como candidato hubiere sido errada, ni siquiera el
mecanismo de su designación, sino que las circunstancias no dieron tiempo para
otra cosa. Me parece que él fue un buen candidato y comenzó a esbozar lo que
hacía falta al sector de la unidad democrática y era una oferta electoral que
vaya más allá de cambiar el Presidente sino de un proyecto para ese cambio y él
lo centró en una oferta social, a mi modo de ver populista, que implicaba
misiones para todos sin discriminación (tarjeta “la negra”).
Lo mejor de su actuación fue
reconocer el triunfo del oficialismo, porque uno de los aspectos que había
afectado más al sector opositor era la matriz, a partir del referéndum
revocatorio, de que había habido trampa en el acto electoral.
No es que no haya habido trampas
en el proceso electoral, previo a la votación, la posibilidad de nacionalizar y
cedular sin controles, el ventajismo en las campañas, el uso de recursos
públicos y no solo de dinero, para la misma, el cambio de las circunscripciones
y su peso en la elección última de la Asamblea Nacional, es en lo que ha
consistido la trampa. Sin embargo, en las urnas, por lo menos en un muy alto
porcentaje se voto de la manera en que se dio el resultado. La poca trampa en la votación ha ido disminuyendo
paulatinamente con una mayor organización de testigos de mesa por parte de la
unidad democrática. En las mesas sin testigos, todo es posible, entre otras
cosas, ingresar los votos de los que no asistieron al acto electoral o utilizar el voto asistido, por
ejemplo. Como diría Manuel López Obrador
la trampa más grande fue disponer de una chequera abultada para comprar
voluntades a placer.
He tenido el gusto de ser testigo
de mesa en la últimas seis elecciones, centro de votación en la cual los
votantes en un 90% pertenecen a las clases sociales D y E y nunca vi que el
resultado no correspondiera a la realidad (la auditoría manual del 50% de las
mesas seleccionadas aleatoriamente, confirmó la validez de los procesos
electorales). El resultado de la votación del referéndum de reforma
constitucional que fue tan cerrado, demostró que el sector democrático con las
copias de las actas en mano, no permitieron el robo del triunfo, ni siquiera
con la amenaza de violencia organizada desde la Alcaldía de Libertador. El dictador gritó, rompió muebles y obras de
arte, pero la Fuerza Armada no lo acompañó en su berrinche, porque son más
leales al Protocolo de Roma de los Derechos Humanos que al presidente.
Este esfuerzo comunitario y de
los partidos políticos es encomiable y lo resalto porque de este trabajo ha dependido
la preservación de una democracia que está más en el corazón de nuestro pueblo
que en la realidad. No tenemos un corazón dictatorial. Este aspecto revela una
acertada gestión de la realidad y se resume en que un testigo entrenado y
comprometido mata la trampa. Esto no quiere decir que las personas que son seleccionadas
“cuidadosamente” y “aleatoriamente” por el CNE y los testigos del oficialismo
sean tramposos, porque en mi experiencia, esos testigos en su gran mayoría han
tenido un compromiso ético en favor del resultado de las urnas, otra cosa
pensarán sus líderes, pero los venezolanos de un bando como del otro no somos
tan distintos como se ha querido hacer ver.
Una de las herramientas más
poderosas de un político es su capacidad de lograr consensos. El consenso no es
fácil, porque requiere paciencia, pero es lo que define a una verdadera
democracia; por el contrario lo regímenes autocráticos se basan en la
obediencia a una sola y única voluntad.
En Venezuela tenemos catorce años
dirigidos por una sola y única voluntad, que ni siquiera acepta lo que se
establezca por mayoría, porque siempre se ha burlado de la voluntad mayoritaria
y para ello tenemos los ejemplos de todas las leyes posteriores al referéndum
de la constitución que consagraban todo lo que había sido votado en contra, la
selección de los directivos de su propio partido y el desconocimiento de hecho
del triunfo de oposición de la Alcaldía mayor, a la cual se le superpuso un
organismo controlado por el ejecutivo con los recursos que correspondían al
órgano electo por el pueblo.
Ese consenso permitió la elección
primaria entre seis candidatos de todas las tendencias políticas. Esto fue
trascendental, también en cuanto a la gestión de la realidad, en el sentido de
que no serían los partidos que designarían el candidato, sino una elección
abierta para cualquier ciudadano venezolano; nada más incluyente que esto y
llevado a cabo magistralmente por un equipo liderado por Ramón Guillermo
Aveledo. Pero lo más importante de esta elección no fue elegir a una persona
con exclusión de otras, sino que al realizarse dos debates que permitieron
escoger una posición, una actitud y una manera de hacer política.
La elección fue un éxito frente a
los augurios y amenazas del gobierno que estimaba alrededor de quinientos mil
votantes y una oposición pesimista que estimaba desde setecientos mil a un
millón y medio de votantes. Todos fueron sorprendidos con una votación de tres
millones cien mil votantes; una elección que por su naturaleza no debía ser tan
concurrida. Aquí estamos viendo éxitos en la gestión de la acción. Los errores
del pasado fueron aprendidos y haber depositado la confianza en la gente, les
rindió frutos más allá de lo esperado. Pero lo mejor de todo fue el abrazo y
apoyo irrestricto de los candidatos desfavorecidos en post de la candidatura de
Capriles.
Aquí el régimen comienza su
rosario de gravísimos errores al promover la entrega de los cuadernos
electorales para continuar con su práctica de persecución política. Las llamas
fueron más rápidas que las garras de la dictadura.
En esta circunstancia, como señalé
al inicio, resulta difícil hacer un análisis simplificado del sector de la
unidad democrática, porque la diversidad de sus actores es demasiado amplia,
pero hay un elemento unificador, el candidato, pero más allá de eso, el
representa un elemento unitario de un electorado, no necesariamente afiliado
políticamente a ninguna tendencia o vinculado a cualquiera de ellas, es decir,
un electorado que representa la diversidad de lo que somos en realidad, caldo
de cultivo perfecto para el logro de un consenso nacional acerca de la
posibilidad y a su gestión con miras al futuro del país.
El mensaje es claro, respetuoso,
incluyente, con alto sentido social, alejado del sentimiento de la revancha,
basado en una gestión pública efectiva enfocada en educación, lucha en contra
de la pobreza a través del desarrollo económico privado con generación de
empleo y lucha contra la delincuencia.
Para completar el análisis
ontológico faltaría ver hasta donde la opción de la unidad democrática puede
actuar en la gestión de la posibilidad. Tanto Capriles como otros gobernadores han
demostrado que son capaces de gerenciar mas exitosamente que el poder Nacional
y más que esto, demostrado que el centralismo en estos últimos catorce años ha
deteriorado todos los servicios públicos en las regiones y ha pegado fuerte en
el sentimiento de las personas de provincia el hecho de que el retroceso al
centralismo ha empeorado su calidad de vida en general.
El retorno a la
descentralización, con una distribución justa de los recursos nacionales
presenta una oportunidad de mejora, además, la perspectiva de un gobierno más
moderno y menos frontal que el actual, trae esperanza a las personas en todo el
país. Esto por supuesto se contrapone con el sentimiento de muchos de la posible
pérdida de planes sociales que han ayudado a muchos con necesidad y a otros que
prefieren vivir de una ayuda antes que lograr su bienestar con el trabajo.
En la gestión de la posibilidad se
encontraba la mayor dificultad de Capriles. Una persona con un fuerte arquetipo
apolíneo, racional al extremo, que se rige por valores que considera superiores,
con una dificultad de relacionarse afectivamente a nivel personal, porque da
prioridad a su misión de vida a otra consideración.
Esta dificultad de conexión
emocional dificulta la forma como se conecta y convence a un electorado, porque la credibilidad en un
discurso racional pasa por la forma como transmite su mensaje el candidato.
Primero
se requiere que transmita un verdadero convencimiento de lo que dice; segundo
que tenga la forma de inspirar en el electorado una emoción positiva; y, tercero
que tenga muestras de integridad y valor. Este último aspecto es percibido a partir
de una buena gestión administrativa, especialmente en Miranda y haber soportado
la persecución injusta montada por el gobierno que lo obligó a pasar una
temporada en la cárcel.
Por una parte la tiene fácil porque en el bando de la
unidad una mayoría está dispuesta a votar por quien no sea del gobierno, pero
para ganar la elección, se requiere convencer a un grupo mayor de personas en
el lado oficialista y en los que han sido llamados “NI-NI” o no-alineados.
El comienzo fue duro en esta
tarea. Imagino que alguien pensó en una campaña al estilo Fujimori, en la cual
no podía contrarrestar al aluvión y abuso comunicacional del régimen, sino con
una maratónica gira alrededor de todo el país para compensar la hegemonía
comunicacional y la imposibilidad del candidato del gobierno de movilizarse
físicamente alrededor del país. Algunos, sin embargo, consideraron esto un
disparate inútil. Ahora bien, que otra cosa podía hacer: ¿Una campaña distante
por internet y redes sociales?
Esta podía hacerla y de hecho ha tenido más
presencia en estos medios que el gobierno. ¿Más propaganda de vallas o
carteles? No tenía recursos económicos para hacerlo, mucha desconfianza en
algunos sectores económicos y miedo a apoyarlo económicamente por las amenazas
del gobierno.
Hay un dicho que reza que: “La
mejor forma de aprender es haciendo”, y en este caso me parece que esto fue lo
que sucedió. El tener que visitar casa por casa, en un maratón extenuante a
extremos increíbles, escuchar a las personas cara a cara expresar sus necesidades
más sentidas, el poder ver que es posible que una persona que está en “el bando
contrario” puede tener un trato respetuoso y cordial, un político sin tantos círculos
de seguridad para protegerlo, que se
mezcla con la gente y que las toca, las abraza y las alienta; más que
transformar al electorado, transformó al candidato en un ser movido por una
emoción inmensa, una convicción indetenible de que un cambio es lo que quiere y
necesita este país. Ahora, convencido hasta los tuétanos de la trascendencia que
tiene el mensaje de reconciliación y de construcción de un país mejor con el
aporte de todos, creó una oleada de afecto y entusiasmo muy grande a su
alrededor. Tanto ha sido esto cierto que la sala situacional de Miraflores ya
no impone la pauta de lo que pasa o se habla en el país, ahora no le queda más
que la triquiñuela, el insulto, la descalificación y el soborno de personas
con flaquezas morales, para tratar de detener lo indetenible y es la
voluntad de recobrar la democracia y el camino hacia el progreso.
Del otro lado hay desaliento y
desmovilización, pero esto no será en definitiva así, porque hasta los que
apoyan al gobierno saben en lo más hondo de su corazón que con Capriles ganamos
todos.
Carpriles logró sembrar en el
pueblo que la posibilidad es una realidad que está en nuestras manos.
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